«Fue Dios quien me mandó a este lugar. Y no ustedes» (Génesis 45: 8).
A todos nos gustan las historias en las que, después de muchas vicisitudes, el protagonista llega a tener un final feliz. Esta clase de historias nos dan la esperanza de que algo bueno puede pasar en nuestra vida: podríamos volvernos ricos de la noche a la mañana, pasar de ser unos perdedores a ser populares, o pasar de la debilidad a la gloria. Si deseas leer una historia así, no busques más: en el libro de Génesis puedes encontrarla. Allí está registrada la increíble historia de José.
José era el hijo predilecto de su padre (esto ya nos habla de problemas, pues a nadie le gusta que papá o mamá muestre favoritismo por uno de sus hijos). Como bien imaginas, los hermanos de José tenían una gran rivalidad con él. Génesis 37: 4 dice: «Al darse cuenta sus hermanos de que su padre lo quería más que a todos ellos, llegaron a odiarlo y ni siquiera lo saludaban». Lo detestaban tanto, que lo vendieron como esclavo y le dijeron a su padre que José había muerto (este es un consuelo si alguna vez le has gritado a tu hermano menor, ¿no es así? Al menos no lo vendiste como esclavo).
Una experiencia así puede resultar muy dañina para alguien tan joven, pero José confió totalmente en Dios, y Dios con el tiempo lo hizo más fuerte y sabio. Después de años de trabajo arduo, e incluso de pasar tiempo inmerecido en la cárcel, José pasó de ser un despreciable esclavo a ser el gobernante de Egipto. Dios lo había bendecido mucho más de lo que él o sus hermanos pudieron haber imaginado.
Si lees la historia de José en Génesis 37 al 50 (no dejes de hacerlo, es increíble) te darás cuenta del gran héroe espiritual que era. Uno de sus mejores momentos fue el encuentro con sus hermanos años después de que ellos lo maltrataran. En lugar de guardarles rencor, los perdonó y les aseguró que Dios había usado la crueldad de ellos para lograr grandes cosas. Les dijo: «Por favor, no se aflijan ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido, pues Dios me mandó antes que a ustedes para salvar vidas. […] Así que fue Dios quien me mandó a este lugar, y no ustedes» (Génesis 45: 5-8).
Toda gran historia de victoria termina así: con alguien que después de su desdicha acaba dando la gloria a Dios por las maravillas alcanzadas. Recuerda que el Señor también quiere redimir tu historia, al igual que lo hizo con José.
Ponlo en práctica: Lee la historia de José, y recuerda que Dios hace que todo lo que ocurre obre para bien.
Ponlo en oración: Pídele a Dios que sea el Señor de tu vida y que te guíe a través de los acontecimientos buenos y malos con los que te puedas encontrar.