Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos.
_Proverbios 15:3_
El otro día recibí una carta desesperada de una persona que pensaba que Dios se había olvidado de ella y que nadie sería capaz de imaginar su sufrimiento. La conclusión final de la carta era que había vivido equivocadamente, y que tal vez no merecía que Dios la mirase. Pero el versículo de hoy dice que Dios mira tanto a los buenos como a los malos. Él está en todos lugares y ve todos los corazones y todas las lágrimas. A veces, podemos abandonarlo y tratar de escondernos de su presencia, pero el profeta Amós dice: «Si se esconden en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los tomaré; y aunque delante de mis ojos se escondan en lo profundo del mar, allí mandaré a la serpiente y los morderá» _(Amós 9:3)._
Nadie puede huir de los ojos vigilantes de Dios. No hay manera de escondernos de su presencia, es imposible ocultar algo a sus ojos. Esto, en lugar de perturbarnos, debería inspirarnos confianza. Podemos no verlo, pero Él no nos abandona. Podemos no tocarlo, pero Él está ahí.
Oí la historia de una esposa que tenía que darle o su marido la noticia terrible de que la enfermedad que por meses lo había postrado en cama era un cáncer en fase terminal. «Pedro, ¿entiendes que estás con cáncer? ¿Sabes de qué estoy hablando?» Y el marido, acomodado en la almohada, la miró y respondió: «Yo sé, Susi, yo sé. Sé que Jesús está aquí conmigo, sentado a mi lado. Sabes de qué estoy hablando, ¿verdad?» Esa es la confianza maravillosa de los hijos de Dios. El problema humano no es si Dios nos ve, sino si nosotros somos capaces de verlo a Él, y de sentirlo a nuestro lado cuando la noche está oscura y el viento helado sopla sin cesar.
Tienes delante de ti un día lleno de desafíos. Dios sabe lo que te espera, porque no sólo ve, sino que conoce todo. En eso consiste la diferencia entre los hombres y Dios. Nosotros vemos y juzgamos por los hechos. Dios ve y juzga por los propósitos del corazón. Tal vez por eso sea difícil ser comprendidos por otros hombres y, con seguridad, es por eso que Dios puede aceptarnos cuando los hombres nos rechazan.
Sal sin temor, consciente de que ningún paso es dado, ninguna decisión es tomada sin que los ojos del Señor nos alcancen. No temas. No estás solo. El mar embravecido puede amenazar y hacer naufragar tu embarcación. Las circunstancias de esta vida pueden arrancar lágrimas de tus ojos, pero nadie podrá derrotarte. Hay alguien vigilante en el control de todo. Un día Él vio a Zaqueo escondido entre las ramas de un árbol, perturbado por la conciencia, y lo perdonó y lo transformó. Otro día vio a un paralítico, traído por sus amigos e introducido por el techo para poder llegar cerca de Él, y lo curó y lo restauró.
Hoy sus ojos continúan buscando a sus hijos buenos y malos, con la esperanza de que éstos lo reconozcan como Padre y corran a sus brazos de amor.
_Por Alejandro Bullón_
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