«Los habitantes de todas los ciudades de Judá llegaron para pedir juntos la ayuda del Señor» (2 Crón. 20:4).
Cuando enemigos de todas las direcciones atacaron a Judá, el pueblo se reunió a orar. Sus oraciones fueron contestadas, porque todos sus enemigos fueron destruidos (1 Crón. 20:23). Hay poder en la oración. Esta también ha sido mi experiencia. Mi esposo y yo estábamos en una cinta en el aeropuerto de Singapur, cuando su carrito se trabó. Choqué contra su espalda y sentí un dolor atroz en la rodilla derecha. Al llegar a casa, en Wáshington D. C., fuimos a la sala de Emergencias del hospital. Me sometieron a una operación en la rodilla derecha a causa de un desgarro de menisco.
El ortopedista dijo que estaría mejor transcurridos seis meses. Pasaron esos meses, me dieron inyecciones de corticoides y, finalmente, una inyección de líquido sinovial artificial de mil pesos. Todavía no mejoraba. No podía hacer viajes de trabajo y me recomendaron nadar todos los días. Nadaba sesenta largos todos los días, excepto los sábados, al punto que mi gorro de natación se volvió amarillo por el cloro. Nada ayudaba. Finalmente me remitieron a otro ortopedista, para un reemplazo completo de rodilla. Antes de la cirugía, un amigo me contó de una operación similar que había terminado en parálisis. El día anterior a la operación, otro amigo me contó que su amiga había muerto por un coágulo de sangre. Soy médica, así que conozco los riesgos, pero sus historias inoportunas definitivamente me atemorizaron!
Tanto mi familia de la iglesia como mis colegas oraron por mí. Un amigo puso mi nombre en varias listas de pedidos de oración. Me llevaron correos electrónicos de muchos amigos de todo el mundo, diciéndome que estaban orando por mí. ¿Funcionan estas oraciones colectivas? La mañana posterior a la cirugía, Dios me ayudó a caminar doce metros con un andador. El segundo día, pude recorrer quince metros, y subir y bajar unos escalones con muletas. Al tercer día, me dieron el alta y caminaba con un bastón. Luego de trece días, podía manejar mi auto y caminaba sin bastón. Seis semanas y dos días después, en mi segunda consulta con el ortopedista, me declararon curada.
El cirujano realizó la operación; ¡pero solo Dios me sanó, al hacer que los tejidos y la piel diseccionados volvieran a la normalidad con rapidez! Todo esto fue en respuesta a las muchas oraciones. Con seguridad hay poder en la oración colectiva.
KATHLEEN N. LIWIDJAJA-KUNTARAF
es médica y tiene una maestría en Salud Pública.
Ha sido directora asociada de Salud de la Asociación General.