«El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos» (Sal. 34:7).
Ha habido ocasiones en que el versículo de hoy me ha dado mucha paz y seguridad, ya que viajar largas distancias con mi esposo a menudo hace que tengamos que andar por zonas despobladas y acampar en áreas remotas.
Hace algunos años, viajamos al norte de Australia en nuestra todo terreno con remolque. Pasaron muchos kilómetros y las incertidumbres cruzaban nuestro camino. Pero cuando invitamos al Señor a viajar con nosotros, hallamos consuelo. Cada día trajo nuevos desafíos, mientras conocíamos y ayudábamos a personas en el camino. A veces tuvimos problemas con el vehículo, pero siempre cerca de lugares en los que podíamos recibir ayuda.
Luego de cambiar los dos neumáticos delanteros, nuestro vehículo desarrolló temblores. Pensamos que el problema era la alineación de las ruedas, así que arreglamos eso. Sin embargo, de tanto en tanto continuó dándonos problemas. Entonces nos encontramos en una situación muy peligrosa. La válvula del gas explotó cuando estábamos cargando combustible en una estación de servicio. Ese problema fue rectificado parcialmente un poco después, pero hizo que nuestro viaje estuviera restringido a una velocidad baja. Con este nuevo problema, además de los temblores intensificados, estábamos ansiosos por poder arreglar todo.
Continuamos viaje durante un rato, hasta que nos detuvimos en un pueblo pequeño, donde mi esposo sintió que debía mirar debajo del vehículo. Descubrió que la barra estabilizadora, que controla la dirección, se había soltado tanto que estaba a punto de caerse. Cuando ajustamos eso, los temblores desaparecieron. No mucho después, descubrimos que una llave que controla el flujo de combustible estaba cerrada. La baja velocidad había evitado un desastre. ¡Alabado sea Dios, que obra de maneras misteriosas para realizar maravillas!
Más adelante, pasamos por una tormenta eléctrica. No podíamos salir de la autopista por las inundaciones, así que avanzamos muy lentamente a través de cortinas de lluvia, hasta que llegamos sanos y salvos al pueblo de Penong, y a una zona de estacionamiento. Cuando finalmente pudimos salir, ¡descubrimos que teníamos un neumático pinchado! En ese momento se detuvo un hombre en motocicleta y, al ver nuestra situación, cambió el pesado neumático.
Dios se preocupa, nos inspira y nos guía. Siempre podemos confiar en sus promesas maravillosas. No sabemos cuántos ángeles del Señor estuvieron con nosotros aquel día, pero agradecemos con alabanza y honor una vez más al Señor que libra.
LYN WELK-SANDV
vive en Adelaida, Australia. Trabaja como consejera