«Haré que ellas y los alrededores de mi colina sean una fuente de bendición. Haré caer lluvias de bendición en el tiempo oportuno» (Eze. 34 :26)».
Los himnos me traen muchos recuerdos; traen a mi corazón los recuerdos frescos y vivos no solo del mensaje de las letras, sino también de lo que sucedió cuando los escuché.
Cuando tenía seis años, mi madre oyó hablar de una escuela de cocina que abriría sus puertas cerca de casa. Mamá estaba aprendiendo inglés, y pensó que aquello la ayudaría a entender mejor el inglés y le enseñaría cómo cocinar la comida que la gente en nuestro nuevo país comía.
Esto fue después de la Gran Depresión, y era una época difícil para mi papá, quien, como no podía encontrar un trabajo permanente, solo trabajaba como mecánico de medio tiempo. Ganaba apenas cinco pesos por mes. Él refunfuñaba por- que tomábamos mucha sopa, pero era todo lo que podíamos permitirnos con ese sueldo.
Mamá quería ir a la clase de cocina. Costaba cincuenta centavos, lo cual era mucho dinero para nosotros, y mi papá no quería que asistiera. Pero ella estaba decidida. Esto enojó a papá y, cada día, traía a colación que estaba desperdiciando cincuenta centavos.
En la primera clase, anunciaron que el viernes posterior a la última clase habría un sorteo. Mamá no entendía lo que era un sorteo y temía preguntar; pero, efectivamente, el viernes tuvieron el sorteo y mamá ganó el premio. Le dijeron que se lo llevarían a su casa. No teníamos idea de qué podría ser, pero estábamos muy emocionados.
Exactamente a las tres de la tarde, sonó el timbre. Allí encontramos a dos hombres con una enorme canasta llena de provisiones. Cuando se fueron, mamá dijo: «Esperaremos hasta que papá llegue a casa, antes de vaciar la canasta’. Y continuó: «¡Él verá que no desperdicié esos cincuenta centavos!»
Cuando finalmente papá llegó a casa, los niños corrimos a la puerta y lo arrastramos a la cocina. Cuando vio la canasta, se le abrieron los ojos. Mamá se tomó su tiempo para sacar cada producto, mientras cantaba una nueva canción que había aprendido: «Gloria cantemos al Redentor»
La canasta contenía bolsas de azúcar, harina, nueces, pasas de uva, levadura, leche en polvo, especias y cinco naranjas, un lujo muy especial. En la parte superior de la canasta, había manzanas y uvas. Papá nunca más mencionó el tema de los cincuenta centavos.
Casi me olvido: todos aprendimos a cantar «Gloria cantemos al Redentor»