«Se presentó otro, diciendo: «Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo, porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste»». Lucas 19: 20-21
UN PREJUICIO ES UNA OPINIÓN PRECONCEBIDA, generalmente negativa, acerca de algo o alguien. El prejuicio nos lleva a opinar de lo que no conocemos. Es una actitud suspicaz u hostil hacia una persona. Antes de ver, oír, tocar, conocer, se hace un juicio incorrecto. Eso provoca que el prejuicioso se inhabilite para aceptar la opinión de aquel de quien tiene el prejuicio. Es una actitud errónea y contraria a la voluntad de Dios.
En la parábola de las diez minas, encontramos al siervo que guardó la suya en un pañuelo. Debido a su prejuicio sobre su señor, no hizo nada con lo que recibió; simplemente lo escondió y se apartó de él. Podemos percibir aquí una carencia de acercamiento, de relación personal y amistosa entre el siervo y su señor. El siervo toma sus decisiones basado en preconceptos: «Me parece», «creo que», «a lo mejor». No confía en el dueño y lo percibe como un personaje severo y cruel.
Es fundamental que conozcamos a nuestro Señor. Cuanto más estrecha sea nuestra relación con él, más crecerá nuestra confianza en ese Dios de amor, lleno de misericordia y verdad.
Los prejuicios no nos dejarán crecer en lo espiritual y también evitarán que tengamos buenas relaciones con nuestros semejantes. Aceptar a las personas tal como son crea lazos de amistad. Debemos tratarlas como quisiéramos que nos trataran a nosotros, sin prejuicio alguno, y amando a los menos favorecidos.
Pidamos hoy a Dios que nos libre de todos los prejuicios que tenemos sobre los demás o sobre él; así, nuestra relación nos acercará más al Señor y a nuestros semejantes.