<<Pero un samaritano que iba de camino, vino cerca de él y, al verlo, fue movido a misericordia>>. Lucas 10:33
LA LUZ ROJA de un semáforo nos obliga a parar en la esquina de la Avenida Prestes Maia y Senador Queiròs en el corazón de San Pablo. Hacía un calor terrible a esa hora del día. Mi colega, sentado al lado, esperaba impaciente el cambio de luz del semáforo. Detrás de él, su hijo adolescente miraba distraído por la ventanilla del automóvil. De repente se acerca un muchacho on tina bolsa de manzanas en la mano.
Seis por uno con veinte- dijo con ojos casi suplicantes.
Era un muchacho de la calle, de esos que andaban por las esquinas limpiando los parabrisas, vendiendo chucherías o simplemente pidiendo limosnas.
Mi colega lo mirò a pesar del calor sofocante, se dio el trabajo de buscar dinero y le compre la bolsa de manzanas.
¿Vas a ser capaz de comer eso? – le preguntó el hijo con aire de autosuficiencia-. Esas manzanas están casi podridas.
-No las compro para comer- respondió el padre-. Las compro para que el muchacho pudiera comer. ¿Entendiste el mensaje? La palabra correcta aquí sería compromiso. Todos tenemos que ver con todos. No somos islas. Somos, de alguna manera, responsables por los que sufren, aunque vivamos en un mundo cada vez más egoísta, donde todos parecen estar contra todos, donde cada uno trata de protegerse y proteger solamente lo que es suyo. La dependencia es una ley de la vida. La tierra, para producir, necesita la lluvia; la lluvia necesita del sol; el sol para calentar las aguas y generar la nube necesita de la rotación de la Tierra. Nadie es una isla. Todos necesitamos de todos. Tal vez unos necesiten más que otros, y si la vida nos hizo fuertes o nos coloca es un lugar de privilegio, es bueno preguntarnos qué podemos hacer por nuestro prójimo. Si no fuera así, puede suceder lo que Bertolt Bretch describe en su poema: <<Primero llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, ni siquiera me di por enterado. Después llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importa el asunto. Entonces fueron los estudiantes, pero como yo no era estudiante, tampoco me interesa. Después vinieron por mí, y entonces ya era demasiado tarde>>.
¿Y cómo quedo ante todo eso? ¿Soy capaz de alcanzar los ojos por encima de mis intereses y mi comodidad y mirar hacia el hermano de al lado?
¿Creo que el infortunio, el haber, la necesidad, la enfermedad y la muerte son patrimonio exclusivo de los demás? ¿Soy capaz de extender la mano mientras tengo mano? ¿Soy capaz de mirar compasivamente mientras tengo ojos?
Quiera Dios que sì, porque un día la tristeza puede golpear también a mi puerta y entonces, tal vez ya sea tarde.