«Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡Muy grande es su fidelidad!» (Lam. 3:23).
No muy a menudo se tiene la oportunidad de vivir el mismo día dos veces. Hace poco, mi esposo, Bob, y yo salimos de Cairns, Australia, a las ocho de la mañana; y llegamos a nuestro hogar, en Míchigan, treinta horas después. Sobrevolando el Pacífico dimos marcha atrás al tiempo, y comenzamos el domingo nuevamente. Vimos dos amaneceres: uno sobre el mar de Coral y otro sobre el Pacífico. Desayunamos en el hotel de Cairns; almorzamos entre Cairns y Auckland, Nueva Zelanda; cenamos saliendo de Auckland y volvimos a desayunar justo antes de llegar a San Francisco. Pasé la noche en posición erguida, lo cual no mejoró mi segundo «intento» de día, pero reflexioné sobre la oportunidad de tener una segunda chance de vivir bien ese día.
Allí sentada, tuve tiempo para orar por familiares, amigos, mi iglesia y por asuntos personales. Tuve tiempo para pensar en las numerosas tareas que me aguardaban en casa, luego de estar cinco semanas fuera. Comencé a escribirlas en un papel y a revisar las más urgentes: desempacar, lavar ropa, regar las plantas, cientos de correos electrónicos, cajas de cartas y correo de la oficina postal.
También tuve tiempo para pensar en nuestro maravilloso viaje: primero a Nueva Zelanda, para que mi esposo bautizara a una nieta de doce años que vive allí y a un nieto de once años, que visitaba desde Oklahoma. Después, fuimos a Australia para visitar amigos y hacer turismo. Recordé el cálido apoyo de los miembros de iglesia que asistieron al bautismo, las visitas turísticas, el senderismo y la diversión que compartimos con nuestras dôs hijas y sus familias. Entonces, mis pensamientos se volvieron a la bondad de Dios, por evitar la ceguera de una de nuestras hijas en una emergencia ocular, por la hospitalidad de los amigos que nos hospedaron en Australia y por las nuevas especies de aves que podía agregar a mi lista. Sonreí pensando en los canguros, el koala que alimenté y acaricié, el pelícano que vimos de cerca, el viaje en bote por la Gran Barrera de Coral, el viaje en tren por el bosque tropical, la bienvenida amigable de la iglesia de Cairns, y mucho más.
Si pudiera tener una segunda oportunidad de vivir un día normal, sin privación de sueño, ¿cómo lo pasaría? ¿Pasaría más tiempo en oración? ¿Planificaría mi vida de manera más estratégica? ¿Meditaría sobre bendiciones y recuerdos felices?
En poco tiempo, imaginamos mudarnos a un hogar donde no habrá noches. ¿Sabremos cómo pasar mil años allí? Podremos comunicarnos con el Señor cara a cara. Podremos planificar viajes por el universo y disfrutar de un aprendizaje sin final. Podremos contar para siempre las bendiciones de Dios.
MADELINE STEELE JOHNSTON
es misionera jubilada y sirvió en Corea y Filipinas.