<<¡Crea en mí. Dios un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!>> Salmo 51: 10
DE REPENTE, Dvid despertó como de una horrible pesadilla y se confrontò con la realidad. El, el rey de Israel, se había sumergido en el sensualismo y acaba en el homicidio. Se apasionó por la mujer de un comandante de su ejército, adúltero y, cuando supo que estaba esperando un hijo, envió al comandante a la guerra par ser muerto. Y esta historia está en la Biblia.
Podía negar, decir que todo era mentira; intriga de la oposición. Podía decir que nunca había hecho eso. Podía quemar las pruebas, hacer que los testigos desapareciera. Pero, ¿qué haría con la conciencia? ¿Diría que Dios no existe? ¿Que la moral depende de la cabeza de cada uno? ¿Que nadie tiene el derecho de decirle a uno lo que debe hacer? Muchas personas tratan de hacer eso en nuestros días, y solo consiguen perderse en los laberintos de sus propios argumentos.
David también podía tratar de explicar. Decir que todo no pasaba de un malentendido. Que en realidad, había sido visto algunas veces con la mujer de un comandante de su ejército, pero que solo la estaba aconsejando.
O podía decir que manda al comandante al frente de batalla no para que fuera muerto, sino porque era el mejor hombre para esta posición. Sin embargo, ¿qué haría con la verdad interior de sus propósitos reales? ¿Argumentar consigo mismo? ¿Tratar de engañarse? ¿Repetir esas explicaciones delante de un espejo hasta creer en sus propias mentiras?
También podía racionalizar. Decir, por ejemplo, que un rey no puede estar sujeto a las mismas reglas que el pueblo. Decir que lo hecho no era tan grotesco como o pintaban. Que al final de cuentas todo el mundo lo hace, que no existen reglas establecidas, y que, cuando dos concuerdan, no existe nada pecaminoso. Pero, ¿qué haría con el vacío existencial del corazón? ¿O con las interminables noches de insomnio? ¿Cómo callaría el grito desesperado del complejo de culpa que naturalmente se apodera de las personas cuando saben que lastimaron el corazón de Dios?
David se refugió en el desierto. Allí, de rodillas, reconoció la miseria de su vida. Acepta la realidad, la monstruosidad de su pecado. Clamó por la misericordia divina. Entendió que su gran pecado no consista solo en haber quebrantado los principios morales, sino que con eso había lastimado el corazón de un Dios de amor. Lloro como un niño y luego regresa a la ciudad.
Ese fue el comienzo de una nueva etapa en su existencia. Y tal vez David sea hoy una inspiración para muchos. No porque no haya pecado, sino porque habiendo pecado supo encarar la situación, reconocerlo, aceptar el perdón divino y levantarse de las cenizas.