«En cambio, la viuda que se entrega al placer ya está muerta en vida». I Timoteo 5: 6, NVI
LOS QUE AMAN EL PLACER pueden mantener una forma de piedad, pero no tienen relación vital con Dios. Su fe está muerta, su celo ha desaparecido. — Mensajes para los jóvenes, S 36, p. 82. Aunque son miembros de la iglesia, no están convertidos. Puede ser que tomen parte en el culto, puede ser que canten el Salmo: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, Dios, el alma mía» (Sal. 42: 1), pero dan testimonio de una falsedad. No son más justos a la vista de Dios que los más señalados pecadores. El corazón que suspira de entusiasmo por los placeres mundanos, la mente que ama la ostentación, no puede servir a Dios. […] Un persona así no siente inclinación al luchar contra los deseos de la carne, se deleita en la complacencia del apetito, y escoge la atmósfera del pecado. — Palabras de vida del gran Maestro, cap. 21, pp. 213-214. Los que profesan creer en Cristo, los cristianos mundanos, no están familiarizados con las cosas celestiales. Nunca serán llevados a las puertas de la nueva Jerusalén para participar en actividades que hasta entonces no les interesaron especialmente. No prepararon sus mentes para que se deleitaran en la devoción y en la meditación de lo divino Y celestial. ¿Cómo podrían entonces participar en el estilo de vida del cielo? Cuánto deleite hallarían en lo espiritual, lo puro y lo santo del cielo, cuando ese no fue su deleite especial en la tierra? — Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 239.
«¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío!». Salmo 42: I I