«¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?». 1 Corintios 3: 16, NVI
SER TEMPLOS DE DIOS ES UN PRIVILEGIO para nosotros, porque dice que somos propiedad del Señor. Pablo usó la palabra griega naos, que es la misma que se usa para describir el Lugar Santo y el Lugar Santísimo del Santuario, donde se manifestaba constantemente la gloria de Dios. Además, el texto dice que el Espíritu Santo habita en nosotros. La Traducción en Lenguaje Actual lo expresa de este modo: «El Espíritu de Dios vive en ustedes». Así como el Santuario estaba separado de todo lo común o profano, también el creyente, como templo de Dios, debe estar separado de todo lo común y profano, porque Dios vive en su corazón. Está en el mundo, pero no es del mundo; pasa por el fango, pero no se ensucia. Vive para Dios porque a él le pertenece.
El apóstol Pablo amplía este pensamiento al decir: «Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser; espíritu, alma y cuerpo; irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonicenses 5: 23, NVI). Toda nuestra vida debe ser santificada —nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestro corazón y nuestras energías— por la presencia de Cristo y el Espíritu Santo. Nuestras facultades vitales no deben consumirse en prácticas concupiscentes.
«Todos nuestros hechos, buenos o malos, tienen su origen en la mente. Es ella la que adora a Dios y nos une con los seres celestiales» (Conducción del niño, cap. 60, p. 361).
Si cuidamos de nuestro cuerpo como lo que es, el templo de Dios, entonces recibiremos bendiciones físicas, emocionales y espirituales. Que nuestra oración sea: «Señor, te entrego todo mi cuerpo para que lo sanes, lo cuides y lo santifiques, para que habites en mí. Amén».