«Para librarte del mal camino, de los hombres que hablan perversamente, de los que abandonan los caminos rectos para andar por sendas tenebrosas,de los que disfrutan haciendo el mal y se gozan con las perversiones del vicio». Proverbios 2: 12-14
DESDE LA CAÍDA DE ADÁN Y EVA todo el mundo ha tenido por costumbre pecar. — El corazón aún no regenerado ama el pecado y tiende a conservarlo y paliarlo. — Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 134. El conflicto de los siglos, cap. 31, p. 498. El predominio de un deseo pecaminoso demuestra el engaño del alma. La complacencia de este deseo refuerza la aversión del alma hacia Dios. Los rigores del deber y los placeres del pecado son las cuerdas con las que Satanás ata a los seres humanos en sus trampas. — Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 50. Según lo que contemplamos somos transformados. Aunque formados a la imagen de nuestro Hacedor, los seres humanos podemos educar nuestra mente de tal modo que el pecado que antes detestábamos ahora nos resulte agradable. A medida que alguien cesa de velar y orar, deja de guardar la ciudadela del corazón, y entonces se ve envuelto en el pecado y la maldad. La mente se degrada, y es imposible elevarla de la corrupción mientras es educada para esclavizar las facultades morales e intelectuales y subordinarlas a las bajas pasiones. Es preciso librar una lucha constante en contra de la mente carnal; y debemos recibir ayuda de la influencia purificadora de la gracia de Dios, que elevará la mente y la habituará a meditar en aquello que es puro y santo. — Ibíd. , t. 2, pp. 425426. El Espíritu de Dios no para de llamarnos la atención para que busquemos aquellos elementos que son los únicos que pueden darnos paz y reposo: los más elevados y santos goces del cielo. Cristo, el señor de la gloria y de la vida, depuso la suya para rescatarnos del poder de Satanás. Nuestro Salvador actúa sin cesar, valiéndose de influencias visibles e invisibles, para alejar nuestros pensamientos de los placeres fatuos de esta vida y atraerlos al tesoro inapreciable que puede ser nuestro en el futuro inmortal. — Ibíd. , t. 4, p. 573. adaptado.