«Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus Oidos, atentos a sus oraciones» (Sal. 34:15)
Me gusta detenerme y pensar en cómo me ve Dios. Ante la grandeza de Dios, el Creador del universo, ¿quién soy yo, para merecer su atención, amor, afecto, cuidado y protección? Sí, soy su hija, y sé sin lugar a dudas que él me ama y se preocupa por mí.
¿Qué otra cosa puedo decir, al leer Jeremías 29:11 al 13? «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón».
Siempre había gozado de buena salud, hasta que comencé a sufrir de presión arterial alta. En el hospital me dieron una inyección equivocada, y entonces comenzaron los verdaderos problemas. Tuve dos convulsiones, que hicieron que me quebrara ambos brazos, dos costillas y tres vértebras torácicas. Como si no fuera suficiente, tuve un derrame cerebral.
Estuve en coma por dos semanas. Las personas que me visitaban decían que no sobreviviría. Mi familia esperaba lo peor. Los médicos y las enfermeras decían que solo un milagro me podía devolver la vida. Fue en ese momento que comenzaron a ascender las oraciones al cielo. Un querido pastor me ungió. Yo no era consciente de lo que sucedía, pero hoy sé que muchas personas estaban orando por mí, para que ocurriera un milagro.
Estuve en el hospital durante 27 días, y luego tuve que usar una silla de ruedas por cuatro meses. Pero hoy estoy bien y no tengo ninguna secuela. Celebramos un hermoso servicio de gratitud, y mi corazón sigue rebosando de agradecimiento a mi Dios todopoderoso y a mis amados, que oraron por mí. Todos los que me acornpañaron fueron testigos del milagro que ocurrió y reconocen que, cuando oramos, suceden cosas: Dios escucha y responde.
«El Padre celestial vigila tiernamente a todos. No se derraman lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él pase inadvertida. Si creyéramos implícitamente esto, desecharíamos toda ansiedad indebida» (El camino a Cristo, cap. 10, p. 127).
Dios puede hacer todo, incluyendo cuidar de ti y de mí. Él nos lo ha demostrado.
HILDA JOSE DOS SANTOS
vive en Brasil. Es una madre amorosa
y una abuela a la que le encanta consentir a sus nietos.