«Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos. Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra alguna» (Sal. 91:11, 12).
Estaba contenta de haber podido despertarme una vez más. Para mí era suficiente confrontar el sufrimiento con valor y saber que Dios se preocupaba por mí. Hacía poco que había tenido un accidente de tráfico cuando manejaba de camino a la iglesia para ser la madrina de un bebé que iban a bautizar. Ahora yacía en una cama de hospital.
Me sentía frágil y extremadamente preocupada por mi hijo de un año, que estaba en casa con mi suegra, una mujer bastante mayor. El diagnóstico fue devastador: tenía una pierna rota. Y ahora, ¿cómo criaré a mi hijo? Me preocupé. ¿Cómo podré ser una buena esposa y madre con este problema en mi cuerpo? Me quedé dormida y tuve un sueño. Caminaba por una calle de piedras. Me resultaba extremadamente difícil caminar con mi lesión. Entonces, vi a un ángel en forma humana, que me dijo: «iVen!» Me sentía asustada e insegura, y el ángel me dijo: «iNo temas!» Tomé su mano y seguí caminando. Cuando llegamos al final del camino, él me miró y me dijo: «Ve en paz»; y desapareció. iQué hermoso fue escuchar esa suave voz!
Cuando desperté, recordé el Salmo 91, especialmente los versículos 11 y 12, los cuales me habían recomendado como reflexión. Al leerlos, recibí el ánimo que necesitaba para enfrentar una situación tan traumática. Me sentí fortalecida y lista para continuar con mi vida aunque, de allí en adelante, sería radicalmente distinta a causa de mi lesión.
Lo más sorprendente del sueño fue descubrir que el ángel que se me había aparecido y había hablado conmigo era alguien a quien conocería más adelante. Un día, estaba en casa y prendí la radio. Estaban transmitiendo un programa llamado «La voz de la esperanza», e hicieron una invitación a recibir estudios bíblicos. Acepté la invitación, me puse en contacto con la estación radial y pedí que alguien me guiara en el estudio. iCuál fue mi sorpresa al ver al instructor bíblico que tocó a mi puerta! Era el «ángel» que se me había aparecido en el sueño. Entendí que Dios lo había enviado, y que él tiene maneras impresionantes de alcanzarnos y completar el trabajo que comenzó en nosotros.
Hoy, con mucha gratitud y gozo, sirvo a este mismo Dios misericordioso.