«’Con él está el brazo de carne, pero con nosotros está Jehová, nuestro Dios, para ayudarnos y pelear nuestras batallas». Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías, rey de Judá». 2 Crónicas 32: 8
SENAQUERIB, REY DE LOS ASIRIOS, invadió Judá y amenazó a las ciudades fortificadas. Envió cartas al rey Ezequías diciendo que la confianza de él en su Dios no lo salvaría, así como ningún dios había podido librar a los pueblos vecinos de su mano. pero Ezequías reunió al pueblo y proclamó palabras de esperanza. Esa es la confianza que necesitamos en el brazo poderoso de nuestro Padre celestial. Si nos dejamos caer en sus brazos y confiamos en que Dios proveerá, él nos librará de todo mal, nuestra fe se afianzará en su poder y saldremos vencedores.
Bastó un ángel para destruir el ejército asirio y para que Senaquerib se tragara sus propias palabras y regresara avergonzado y derrotado a su país. Judá no necesitó levantar lanza ni espada contra el enemigo, Dios se encargó. Cuando nos sintamos al borde del abismo o que nuestros problemas no tienen solución, clamemos a Dios y él defenderá nuestra causa y nos librará del peligro, e incluso de la muerte.
Cuando sintamos debilidad, desánimo, angustia o muchas preocupaciones, acudamos a Dios. Pidamos ayuda y él vendrá en nuestro auxilio. La oración de Josafat fue: «Nosotros no tenemos fuerza con que enfrentar a la multitud tan grande que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos» (2 Crónicas 20: 12). Cuando terminó de orar, el Espíritu de Dios fue sobre Jahaziel levita, y habló al pueblo y al rey: «Escuchen, habitantes de Judá y de Jerusalén, y escuche también su majestad. Así dice el Señor: «No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejército, porque la batalla no es de ustedes, sino mía [. . . Ustedes no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les dará. ¡Habitantes de Judá y de Jerusalén, no tengan miedo ni se acobarden! Salgan mañana contra ellos, porque yo, el Señor, estaré con ustedes»» (2 Crónicas 20: 15, 17, NVI).
Los enemigos, Moab y Amón, fueron destruidos sin arco ni espada. Con este relato, una vez más Dios nos recuerda que está con nosotros y nos anima a seguir adelante, a
enfrentar las dificultades no con nuestras propias fuerzas, a nuestra inteligencia o recursos, sino con su Espíritu que ha de venir en nuestro auxilio.