«Recíbanlo en el Señor con toda alegría y honren a los que son como él». Filipenses 2: 29, NVI
LA MISIÓN DE LOS SIERVOS DE Cristo es un alto honor y un cometidos agrado. «Quien los recibe a ustedes», dice él, «me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me enviÓ» (Mat. IO: 40, NVI). Ningún acto de bondad que se les prodigue en nombre del Señor dejará de ser reconocido y recompensado. Y en el mismo tierno reconocimiento, él incluye a los más débiles y humildes miembros de la familia de Dios. «Y cualquiera que dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría solamente», es decir, a aquellos que son como niños en su fe y conocimiento de Cristo, «por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa» (Mateo 10: 42). — El Deseado de todas las gentes, cap. 37, p. 330. A todos los que, en tiempo de prueba y escasez, muestran compasión y ayudan a los más necesitados, el Señor les ha prometido una gran bendición. Él no ha cambiado. […] Esta promesa no es hoy menos segura que cuando fue pronunciada por nuestro Salvador: «El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá» (Mat. IO: 41). «No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (Heb. 13: 2, NVI). Estas palabras no han perdido vigencia con el transcurso del tiempo. Nuestro Padre celestial continúa poniendo en la senda de sus hijos oportunidades que son bendiciones disfrazadas; y aquellos que aprovechan esas oportunidades encuentran mucho gozo. — Profetas y reyes, cap. 10, p. 87. «El Rey les responderá: «1,es aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí»». Mateo 25: 40, NVI