Él se entregó a la muerte por nosotros, para rescatarnos de toda maldad y limpiarnos completamente, haciendo de nosotros el pueblo de su propiedad, empeñados en hacer el bien, Tito 2: 14.
Venezuela es el hogar de los capibaras, los roedores más grandes del mundo. Sus patas delanteras son más cortas que las traseras y viven donde el terreno es un poco pantanoso. Los capibaras pueden pesar hasta 66 kilos y no son buenos corredores. Tampoco son agresivos; crecen rápidamente y necesitan cuidados mínimos. Son animales sociales, que viven en grupos de familias pequeñas, usualmente dominadas por un macho adulto.
Los jóvenes capibaras maduran con mucha rapidez y las hembras pueden reproducirse en 15 meses. Producen tres camadas cada dos años. Los capibaras viven de ocho a diez años, y una hembra puede tener hasta 36 crías en su vida.
Como sus patas tienen membranas parciales, los capibaras son nadadores excelentes. Pueden sumergirse y pasar un largo rato bajo el agua. Hace más de 300 años, por la cercana asociación de los capibaras y el agua, la Iglesia Católica los clasificó como peces, para que fuera posible comerlos durante la cuaresma. Hoy ya nadie los considera peces, pero todavía se consume su carne. De hecho, la salvación de estas criaturas fue gracias a que se descubrió que eran «buenas» para comer. Grandes granjas en Venezuela los crían como ganado por su carne, que dicen tiene un sabor similar a una combinación de cerdo y res. Ahora, abundan estas criaturas.
Así como los capibaras son diferentes a los demás roedores, Dios nos ha escogido para tener un pueblo diferente. Eso no significa que seamos curiosos o raros, sino diferentes en estilo de vida y creencias. Dios quería un pueblo especial, elegido.
Como los capibaras son valiosos para los granjeros de Venezuela, nosotros somos valiosos para Dios. Agradécele en tu oración porque te ha elegido.