Aunque muchos judíos de la época de Jesús esperaban que el Mesías derrocara
a los romanos y estableciera a Israel como la nación más poderosa de
todas, ninguno de los advenimientos de Jesús, ni el primero ni el segundo, se
trataba de eso. Dios tenía reservado algo mucho más grande para sus fieles
que una simple reorganización del viejo mundo pecador y caído.
Quizá no haya nada en el Antiguo Testamento que revele tan claramente
como Daniel 2 la verdad de que el nuevo mundo no surge del viejo, sino que
es una creación nueva y radicalmente diferente.
Daniel 2 muestra el surgimiento y la caída de cuatro grandes imperios
mundiales: Babilonia, Medopersia, Grecia y, finalmente, Roma, que luego se
desintegra en las naciones de la Europa moderna. Sin embargo, la estatua
que Nabucodonosor vio en su sueño (que simboliza la sucesión de estas
cuatro grandes potencias mundiales) termina de una manera espectacular,
que muestra la gran desconexión entre este mundo y el venidero después
del regreso de nuestro Señor Jesucristo.
Lee Daniel 2:34, 35, 44 y 45. ¿Qué enseñan estos versículos sobre el destino de este mundo y la naturaleza del nuevo?
Estos versículos dejan poca ambigüedad con respecto a lo que sucederá
cuando Jesús regrese. En Lucas 20:17 y 18, Jesús se identificó con esta piedra
que aplastó en el polvo todo lo que quedaba de este mundo. El arameo de
Daniel 2:35 dice que después de que fueron desmenuzados el oro, la plata, el
barro, el hierro y el bronce, estos se hicieron “polvo, como el que vuela en el
verano cuando se trilla el trigo. El viento barrió con la estatua, y no quedó
ni rastro de ella” (NVI). Es decir, nada queda de este viejo mundo después
de que Jesús regrese.
Mientras tanto, la piedra que destruyó todo rastro de este viejo mundo
“fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra”. Y este Reino, que surge
como resultado de la Segunda Venida, es aquel que “no será jamás destruido”
y “permanecerá para siempre” (Dan 2:44).
Solo uno de los dos finales le espera a cada ser humano que haya vivido
en este planeta. O estaremos con Jesús por la eternidad o desapareceremos
en la nada con la paja de este viejo mundo. De una u otra forma, la eternidad
nos espera a todos.