«Y cuando los sirios descendieron a él, Eliseo oró al Señor, y dijo: «Te ruego que hieras a esta gente con ceguedad». Y los hirió con ceguedad, conforme al dicho de Eliseo». 2 Reyes 6: 18,JBS
LA VERGONZOSA DERROTA que infligió Eliseo al ejército sirio, un ejército que pretendía tomarlo prisionero o matarlo, fue efectiva gracias al poder de Dios. Eliseo oró para que Dios los hiriese con ceguera y, en ese instante, fueron heridos y confundidos, y no sabían ni en qué ciudad se encontraban. Entonces Eliseo aprovechó y les dijo: «No es este el camino ni es esta la ciudad; seguidme y yo os guiaré al hombre que buscáis» (2 Reyes 6: 19). Después los guio hacia Samaria, hasta tenerlos en medio de la ciudad, y oró para que fueran abiertos sus ojos y vieran dónde se hallaban. El rey de Israel se vio tentado a aniquilar al ejército enemigo, pero le preguntó a Eliseo si debía hacerlo y este le respondió negativamente. En su lugar, le pidió que les sirviera comida y agua, y que, después de comer, les ordenara regresar a su territorio.
Al rey de Israel le pareció muy extraña esa indicación, pero siguió su consejo: les preparó un banquete, los atendió muy bien y los hizo regresar a su pueblo con el rey de Siria. No eran prisioneros del rey, sino de Dios y del profeta, por lo tanto, el rey no podía hacerles daño. Por toda Siria se dio a conocer ese portento.
El trato bondadoso de parte del profeta y del rey de Israel tuvo su efecto; la Biblia dice que las tropas sirias se marcharon y no regresaron al territorio de Israel (2 Reyes 6:23). La mayor victoria que se puede obtener sobre un enemigo es convertirlo en amigo.
El siervo de Eliseo solo veía el peligro, pero su fe le permitió ver la solución. Y es que cuando Dios abre nuestros ojos, desaparecen nuestros temores. En la oscuridad somos propensos a tener miedo, pero cuanto más clara sea nuestra visión de la soberanía y del poder de Dios, menor será nuestro temor ante las calamidades de esta tierra.
Es tiempo de orar y pedirle a Dios que nos mantenga cerca de él, para que podamos ver con los ojos de la fe y avanzar confiados en sus promesas.