«El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos. Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian» (Sal. 34:7, 8).
Por muchos años tuve pesadillas en las que soñaba que había perdido a mis hijos. Cuando me despertaba, bañada en sudor, tenía que ir a sus habitaciones para asegurarme de que estuvieran allí.
Este miedo no me sorprende, porque realmente he perdido a mis hijos algunas veces. Una vez, en el mercado, ya había anochecido cuando finalmente sostuve a mi niña en mis brazos nuevamente. La encontré en un négocio, lamiendo un chupetín, muy contenta. ¡Ni siquiera me había extrañado! Pero cerca de aquel negocio había un río y yo estaba convencida de que ella había caído al río. Fue horrible. En otra ocasión, perdí a mi otra hija en un supermercado en Italia. Un hombre caminó con ella por el estacionamiento, para que pudiera mostrarle cuál era nuestro auto. Había cientos de autos; y ninguno de nosotros hablaba italiano.
Ha pasado el tiempo, y mis niñas se han convertido en personas adultas. Han aprendido a tener confianza en sí mismas y en los demás. Y estoy tan feliz por esto!
Mis hijas son guías mayores de Conquistadores. Una de ellas tuvo que guiar una salida de Conquistadores cuando tenía unos dieciocho años. Tenía que encontrarse con sus aconsejados después de la escuela, en algún lugar en las montañas. Las conexiones de tren eran difíciles. Esa tarde, el tren estaba atrasado, así que ella no logró hacer la conexión. Todo parecía estar en su contra. Finalmente, llegó al pequeño pueblo para tomar el autobús, pero el último ya había salido. No sabía qué hacer. Estaba acostumbrada a orar; y eso es lo que hizo. Luego tomó su pesada mochila y comenzó a caminar, paso a paso. Se sentía perdida.
De repente, un auto se detuvo a su lado. Una amable mujer se ofreció a llevarla hasta la última parada del autobús. Al llegar allí, este ángel preguntó a mi hija dónde tenía que ir. Ella le mostró en el mapa dónde estaba la granja y dónde la esperaban los niños. Habría sido una caminata díficil, cuesta arriba, de casi una hora. Ya estaba oscuro y había mucha nieve.
La mujer se ofreció a llevarla hasta allí también. Cuando mi hija vio por dónde tendría que haber pasado, ¡se sintió tan gozosa por la guía de Dios! Cuando se unió al grupo, hubo mucha alegría. Los niños gritaron e hicieron mucho ruido. Luego, todos se acomodaron sobre el heno, muy agradecidos, y se durmieron. ¿Todavía crees que los ángeles no existen?
DENISE HOCHSTRASSER vive en las montañas de Suiza y es directora del Ministerio de la Mujer en la División Intereuropea.