«Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. Ciertamente les aseguro «o que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica» (Juan 13:14-17).
De todas las palabras que pronunció el Señor Jesús, las que más llegan a mi corazón son su llamado a lavarnos los pies unos a otros. Este humilde acto preparó a sus seguidores para la institución de la Cena del Señor, o Santa Cena. Para mí, es un minibautismo, y una renovación de mi pacto de servirlo. Sin embargo, para algunos, participar en el rito de humildad no es fácil físicamente; arrodillarse puede representar un problema. Una sugerencia: estate atenta a quienes necesitan ayuda y a quienes no asisten a este rito. ¿Se ausentan porque no son capaces de participar? El edificio de tu iglesia, ¿tiene un ingreso fácil para los participantes, o no está lo suficientemente preparado? Suplir estas necesidades puede llegar a ser el acto de amor más profundo que alguna vez hagas.
No aprendí sobre Jesús en el regazo de mi madre; de hecho, ella no entregó su vida a Jesús hasta después de que yo me casé y me convertí en madre. Sin embargo, aprendí de ella un acto de compasión que llevó a cabo cuando comenzó a participar del rito del lavamiento de pies. Ella tomaba una palangana, colgaba un par de toallas en su brazo y desaparecía del cuarto en el que las mujeres estaban reunidas. Subía las escaleras desde el sótano hasta el baño de damas, donde se arrodillaba para servir a una hermana, o quizás a más de una, que no podía bajar las escaleras para participar. Su ministerio proporcionaba inclusión, contrarrestando los descuidos hacia aquellas mujeres ancianas, tímidas o con dificultades de otro tipo.
Años después, mi mamá sufrió un derrame cerebral, que la dejó imposibilitada de hablar y de cuidar de sí misma. Ella vivía en un asilo de ancianos, y nuestro pastor sugirió que le lleváramos la Santa Cena. Yo le expliqué que mamá no podía tragar, pero él respondió que no había problema: «Es simbólico —dijo—. Simplemente, tocaré sus labios con el vaso de jugo de uva». Cuando me arrodillé para lavarle los pies, sus ojos brillaron. El pastor también invitó a algunos adolescentes de la iglesia a participar, con la esperanza de que algún día eligieran el ministerio pastoral. Mamá no podía hablar, pero sé que ese servicio le dio mucho gozo. Nos dio gozo a todos.
Lo importante es el amor. ¿Hay algún ministerio similar esperándote? «Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1).
BETTY KOSSICK es autora de Heart Ballads [Baladas del corazón] y de una autobiografía titulada Beyond the Locked Door [Más allá de la puerta trancada], ambos libros disponibles en Amazon.