«Señor Dios, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano fuerte; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga según tus obras, y según tus valentías?». Deuteronomio 3: 24, JBS
PESAR DE la debilidad y la fragilidad humana, las personas nos llenamos de orgullo, poder y altivez, sin percatarnos de que estamos ante un ser Todopoderoso. El ser humano, sin Dios, no es nada, su vida no tiene sentido. En realidad, el valor que tenemos procede de nuestro Creador. Él puede extender su mano y sacarnos de la miserable condición en la que nos encontramos.
La Majestad del cielo y su ejército de ángeles arrasaron los muros de Jericó delante de su pueblo. Los guerreros armados de Israel no tenían que gloriarse, pues todo fue obra del poder de Dios. Para tomar Jericó, el poderoso General trazó planes de batalla sencillos a fin de que nadie se apropiara de la gloria; ninguna mano humana derribaría los muros de la ciudad para que no pudiera atribuirse la victoria. De igual manera, hoy nadie debe gloriarse de la obra que realiza. Si abandonamos todo deseo de exaltación propia y nos sometemos humildemente a la voluntad divina, Dios manifestará su poder y dará libertad y victoria. Nuestra debilidad encontrará fuerza en Dios, obtendremos la ayuda para cada conflicto que afrontemos.
Al final de su vida, David quiso aumentar el poderío militar de Israel y mostrar a las demás naciones su autoridad. Censó al pueblo para determinar con cuántos hombres podía contar para el ejército, y dice la Biblia que: «Había ochocientos mil hombres en Israel que podían pelear a espada, y quinientos mil en Judá» (2 Samuel 24:9). Aumentando su potencia militar, David pensaba incrementar aún más el poder y el prestigio de Israel. Sin embargo, indujo a las naciones vecinas a pensar que el poderío de Israel radicaba en su ejército y no en Dios (ver 2 Samuel 24: IO).
Esto desagradó a Dios, pues David lo hizo por motivos bélicos y para engrandecer su orgullo pasando por alto que Dios no actúa con ejército, sino con Espíritu. Oremos para mantener una actitud humilde y sin arrogancia ante los ojos de Dios.