«Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da e/ Señor tu Dios» (Éxa 20:12).
Cuando comencé mi primer trabajo, decidí construir personalmente una ampliación en la casa de nuestra madre. Mis amigos pensaron que era muy extraño que, en lugar de comprar un auto, seguir estudiando o comprar un departamento, me pusiera a construir; construir con bloques, piedras y cemento. Tenía veintitrés años, era mujer y no sabía nada sobre construcción. Muchas veces mi mamá y yo fuimos menospreciadas. Muchas veces, gastamos más de lo que necesitábamos gastar. Terminar aquella obra fue un reto increíble y, a menudo, grité y me desesperé.
Lo que más me llama la atención sobre esta experiencia es que, cuando comencé a construir, no tenía ninguna intención de vivir en la casa de mi madre; de hecho, tenía planes totalmente diferentes. Pero Dios lo sabe todo. Unas semanas antes de la fecha en la que me iría de casa, mi rumbo cambió permanentemente. Todavía estábamos construyendo, cuando un miembro de la familia tuvo que enfrentar una prueba y se volvió indispensable que la casa tuviera más espacio. ¿Y si no hubiera sentido aquel deseo por ampliar la casa? Ella y yo tendríamos que haber usado la misma habitación. Lo que había pensado construir para mi madre, se convirtió en mi refugio de fin de semana. Poco después, decidí volver a la universidad. Tenía que mudarme y esta casa volvió a ser mi casa.
¿Quién construye un departamento en casa de su madre el primer año en que comienza a trabajar? Nadie. ¿Quién, salvo Dios, podría haberme dado esa idea? Cada vez que voy a casa, me acuesto en esa cama o miro el techo, pienso en la bondad, la providencia, las bendiciones, la guía y las impresiones de Dios. Él tiene maneras extrañas de cuidar de nosotras. Anticipando nuestras necesidades futuras, él se encarga de que todo esté en su lugar. Hoy, esa extensión todavía alberga a familiares, amigos y conocidos, según la necesidad.
Me atrevo a decir que vale la pena honrar a nuestros padres, confiar en las impresiones de Dios, y usar nuestras fuerzas y medios para bendecir a otros. Lo que pensé que estaba haciendo por otra persona, terminó bendiciéndome a mí también. Sigo viendo la manera asombrosa en que Dios nos guía, aunque a veces parezca que nos lleva por un camino sinuoso. Oro para ser sensible, atenta y receptiva a lo que Dios me esté tratando de comunicar. Todavía no entiendo muchas cosas, ni puedo explidar las idas y venidas, las aparentes decepciones, los dolores y las tristezas; pero estoy aprendiendo que Dios provee para nuestras necesidades de maneras extrañas, pero reales.
KEISHA D. STERLING es profesional de la salud y trabaja en Mandeville, Jamaica. Está preparando su doctorado en Farmacia.