«Pues todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios».Romanos 3: 23, NTV
DE FORMA CONSCIENTE o inconsciente, en general, el ser humano busca maneras de encontrar perdón y enmendar sus errores. Unos lo buscan por medio de sacrificios, otros ayunan por muchos días o andan de rodillas martirizando el cuerpo hasta llegar a un supuesto lugar sagrado. Otros caminan descalzos sobre espinas y piedras, o laceran su cuerpo hasta sentir que Dios los ha perdonado.
En el mundo islámico, los que peregrinan hasta la Meca confiesan sus pecados ante la piedra Kaaba. En los altos del Himalaya, en India, nace el río Ganges que, según la tradición hindú, nació del intenso deseo de una diosa por perdonar los pecados de su pueblo; lavándose en ese río, reciben perdón y limpieza. Cuando los huicholes van a Wirikuta a buscar peyote (un tipo de cactus que utilizan en ceremonias religiosas) deben confesar los pecados cometidos durante el año ante el dios del fuego y deben limpiarse espiritualmente antes de llegar. Durante el año, hacen un nudo en un mecate por cada pecado cometido, principalmente los sexuales y, al llegar allí, con su mecate lleno de nudos, se colocan frente al fuego para confesarlos. Mientras tanto, un joven los golpea con una vara en las piernas para que no se les olvide ninguno y sean limpios completamente. Al terminar, tiran el mecate al fuego y quedan listos para ir en busca de los cactus.
¿Son estos los métodos para conseguir el perdón de Dios? ¿Nos pide el Señor esa clase de sacrificios? La Biblia es clara al decir que solo hay un Dios capaz de perdonar: Cristo Jesús, nuestro Salvador. Si nos arrepentimos y confesamos todos nuestros pecados, él nos limpia de toda maldad. Fuera de él, no hay nada que pueda limpiar nuestra conciencia; no hay otra forma de ser perdonados.
Recibimos paz y felicidad cuando Dios nos limpia de todo mal. Basándose en su propia experiencia, David habla de la bendición que es recibir el perdón: «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño» (Salmo 32: 1, 2).
Depositemos toda nuestra confianza en Dios y nos perdonará. Nuestro corazón rebozará de gozo y nuestra relación con él será restablecida.