«Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos». Isaías 53: 3, RV95
TRAS SU ENTRADA en Jerusalén, probablemente que Jesús haya regresado al hogar de Marta, María y Lázaro en Betania. Tal vez aquel había sido un día de arduo conflicto y mucha tensión, y necesitaba fuerzas para afrontar los días previos a su crucifixión. Jesús -sería rechazado definitivamente por su pueblo, una viña que había cuidado, sustentado y podado. Israel se alejaría de él y, por eso, en ese tranquilo y acogedor retiro pasó toda la noche orando y meditando. Ricardo Nieto, en su poema «Lágrimas de oro», describe así la escena:
Una noche Jesús, meditabundo, con sus ojos tan grandes y tan tristes, entre las sombras contemplaba al mundo. La oscuridad en torno se extendía, como una mancha de carbón, y el cielo, un inmenso sudario parecía. Y al contemplar la ingratitud humana, más negra que la noche, más oscura, que las mismas tinieblas, con tristeza, con profundo dolor, con amargura, inclinó sobre el pecho la cabeza y lloró. lloró mucho.
Lentamente Jesús abrió los ojos, esos ojos tan grandes y tan tristes, que parecían llorar eternamente, y al mirar en la bóveda sombría, semejante a un oscuro terciopelo, se secaron sus lágrimas. Había un enjambre de estrellas en el cielo.
El sufrimiento de Cristo fue intenso y profundo. La comunión constante con su Padre fue su único apoyo. «Como sustituto y garante del hombre pecaminoso, Cristo estaba sufriendo bajo la justicia divina. Veía lo que significaba la justicia. Hasta entonces había obrado como intercesor por otros; ahora anhelaba tener un intercesor para sí» (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 653).
Es doloroso recibir el rechazo de aquellos por quienes te has sacrificado. Sin a pesar de todo, Jesús salió victorioso, venció al pecado, pagó el precio de la culpa del ser humano y nos aseguró plena redención.
Pensemos en cuán grande es el amor de Dios por nosotros. Meditemos en cuánto tuvo que sufrir para que fuéramos salvos, y en cómo entregó su vida para pagar nuestra culpa y para que, gracias a ello, ahora tengamos garantizada la entrada en la Tierra Nueva.