«También lo escupían, y con la misma vara le golpeaban la cabeza» (Mateo 27:30).
Cientos de años antes de que sucediera, Isaías escribió que el Salvador sufriría. Cuando Jesús vivió como hombre en la tierra, leyó aquellos textos que predecían lo que iba a padecer. Sabía sin lugar a dudas que sufriría por salvarnos.
Isaías no solo describió el dolor que Jesús soportaría, sino también la fuerza con la que respondería:
«Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir la boca, como una oveja cuando la trasquilan» (Isaías 53: 7).
Los relatos registrados en Mateo, Marcos, Lucas y Juan confirman que la profecía de Isaías era verdadera. Lee esta pequeña porción de cómo describe Marcos la experiencia de Jesús: «Los soldados llevaron a Jesús al patio del palacio, llamado pretorio, y reunieron a toda la tropa. Le pusieron una capa de color rojo oscuro, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron. Luego comenzaron a gritar: «¡Viva el Rey de los judíos!». Y le golpeaban la cabeza con una vara, lo escupían y, doblando la rodilla, le hacían reverencias. Después de burlarse así de él, le quitaron la capa de color rojo oscuro, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo» (Marcos 1 5: 16-20).
Jesús tiene un amor tan extraordinario hacia nosotros que soportó una tortura humillante. Vivió un castigo doloroso e inmerecido para darnos un inmerecido amor.
Ponlo en práctica: Lee Isaías 53. Imagina el sufrimiento de Jesús. Enfoca tu agradecimiento en su gran sacrificio.
Ponlo en oración: Haz una oración de agradecimiento por la vida, el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús.