«Jesús se levanto y dio una orden al viento, y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Quédate quieto!». El viento se calmo, y todo quedo completamente tranquilo». (Marcos 4:39).
Jesús estaba agotado. Ya era tarde y concluía un largo día de enseñanzas y milagros. Su ministerio era muy importante y el pueblo tenía tantas necesidades que le era difícil tomar un descanso para recuperarse o para comer. Al fin, cansado y con hambre, dijo a sus discípulos: «Vamos al otro lado del lago» (Marcos 4: 35). Una vez en el bote, Jesús se durmió. Mientras dormía, la oscuridad se hizo más espesa y una furiosa tormenta se extendió sobre el Mar de Galilea. Ahora bien, esa no era una tormentita de nada, sino una tormenta feroz. Incluso hoy en día, en el Mar de Galilea, se observan violentas tormentas, a veces con olas de hasta seis metros de altura. ¡No es de extrañar que los discípulos creyeran que iban a perecer!
Recuerda que algunos de los discípulos eran experimentados pescadores, así que cuando la tormenta los golpeó, de inmediato se empeñaron en una lucha contra los elementos. Después de todo, luchar con el mar era parte de su profesión. Sin embargo, cuando las olas comenzaron a estrellarse contra el bote, y el agua lo llenaba más rápido de lo que ellos podían sacarla, lo único que se les ocurrió fue gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que nos estemos hundiendo?» (v. 38).
Jesús dormía durante el vendaval. Durmió bajo la lluvia. Durmió aunque las olas le empapaban el cabello, la túnica y a sus amigos. Pero no siguió durmiendo cuando sus seguidores lo llamaron. Cuando ellos le pidieron ayuda, se despertó y, calmadamente, ordenó a los vientos y a las olas que se aquietaran. Marcos 4: 39 afirma: «El viento se calmó, y todo quedó completamente tranquilo».
Igual que los discípulos, a veces tratamos de enfrentar las tormentas a solas. Sentimos pánico mientras el viento ruge y las olas se estrellan a nuestro alrededor. Cuando empezamos a sacar frenéticamente baldes de agua de nuestra zozobrante barca, nos olvidamos de que todo —el viento, las olas y los problemas de la vida— obedecerá el mandato de Jesús de tranquilizarse. La próxima vez que una tormenta sople en tu vida, recuerda que él te oirá y te ayudará si tú, como los discípulos, dices: «¡Jesús, necesito tu ayuda!».
Ponlo en práctica: ¿Hay tormentas en tu vida que necesitas que Jesús calme? Pide su ayuda.
Ponlo en oración: Habla con Jesús de cualquier aspecto del mar de la vida que te lleva a creer que te estás ahogando.