«En aquel momento,Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo:’Te alabo, Padre, Señor del cieloy de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabiosy entendidos.Sí, Padre, porque así lo has querido». Lucas 10: 21, DHH
LOS PERSONAJES ADMIRADOS por el mundo, los considerados eminentes eruditos, a pesar de que alardeaban de sus conocimientos, no podían comprender el carácter de Cristo. Lo juzgaban por la apariencia exterior, por su humildad como ser humano. En cambio, a los a los sencillos pescadores, así como a los publicanos, sí les había sido dado poder ver al Invisible. Aun los discípulos no podían comprender todo lo que Jesús deseaba revelarles; pero a veces, cuando se entregaban al poder del Espíritu Santo, se iluminaban sus mentes. Comprendían que el Dios poderoso, revestido de humanidad, estaba entre ellos. Jesús se regocijó porque, aunque los sabios y prudentes no tenían este conocimiento, había sido revelado a aquellos hombres humildes. A menudo, mientras Jesús presentaba las Escrituras del Antiguo Testamento, y mostraba como se aplicaban a él y a su obra de expiación, sus discípulos habían sido despertados por su Espíritu y elevados a una atmósfera celestial. Entonces alcanzaban una comprensión más clara de las verdades espirituales presentadas por los profetas que los autores que las escribieron. A partir de ahí eran capaces de entender las Escrituras del Antiguo Testamento, no según las interpretaciones de los escribas y fariseos, no como afirmaciones de sabios de antaño, sino como una nueva revelación de Dios. Veían a Aquel «a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes» (Juan 14: 17, NVI).— El Deseado de todas las gentes, cap. 53, pp. 466467, adaptado.