«No hagas mal uso del nombre del Señor tu Dios, pues el no dejara sin castigar al que use mal su nombre» (Éxodo 20:7)
En la Biblia, el nombre de Dios es un tema serio. Sus seguidores lo pronunciaban con gran reverencia y respeto. Algo tan sencillo como la manera en la cual decían su nombre, reflejaba lo que sentían por él. Piensa en cómo pronuncia una chica el nombre del chico que tanto le gusta: con mucho cariño y emoción: «¡Me acaba de llamar Jooohhhnn!». Sus sentimientos se reflejan en la manera en la cual habla de él. Pues bien, de una manera parecida aunque menos sensiblera, la gente mostraba sus sentimientos hacia Dios cuando mencionaban su nombre.
Si buscas en la Biblia los términos «nombre» y «Dios». encontrarás historias de tapa a tapa en las cuales la gente actuó de determinada forma para honrar el nombre del Señor. Tanto si luchaban en una batalla como si construían un templo, su deseo era magnificar su nombre. Y es que el nombre de Dios era importante porque albergaba su identidad personal.
En nuestros días, los nombres de Dios y de Jesús se utilizan muy a menudo a la ligera. ¿Quién no ha visto un mensaje en el cual un amigo escribe algo como «¡Dios mío! ¡No me lo puedo creer!»? Y si le dices algo, seguramente conteste que en realidad no significa nada, y ese es precisamente el problema. Cuando pronunciamos el nombre de Dios, debería significar algo. En este momento no podemos ver a Dios cara a cara, pero tenemos el privilegio de hablar con él y acerca de él. Cuando nos demos cuenta de cuán magnífico es Dios, utilizaremos su nombre con respeto o admiración más que como maldición o de broma.
Cuando te sientas tentado a utilizar el nombre de Dios a la ligera, o cuando escuches a alguien pronunciarlo descuidadamente, haz una pausa y piensa en lo maravilloso que es tener a Jesús como amigo. Cuando decimos su nombre con respeto, somos conscientes de cuán grande es su amor y su bondad hacia nosotros.
Ponlo en práctica:Memoriza el Salmo 86: 1 2; «Mi Señor y Dios, te alabaré con todo el corazón y glorificaré siempre tu nombre».
Ponlo en oración: Habla con Dios acerca de lo maravilloso que es sentirse amado por él y, con humildad, alaba su nombre en tu oración.