«Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí y oyó mi clamor» (Salmo 40: 1, RV95).
Algunas personas se pasan prácticamente todo el día mandando mensajes. (Venga, admítelo, seguro que eres uno de ellos…). De hecho, el 87% de los adolescentes que tienen teléfono admite que duerme con el celular o cerca de él por si reciben un mensaje que necesariamente deben leer durante la noche.
Según los estudios realizados, uno de cada tres adolescentes con celular envía al menos cien mensajes (SMS) al día. Quizás no te parezcan muchos, pero para los adultos, que aún procuran entender cómo se puede escribir algo con un teclado tan pequeño, esa cifra es enorme.
Lo que nos permite esta cifra es demostrar que la mayoría de adolescentes prefiere enviar un SMS que hacer una llamada de teléfono, enviar un correo electrónico, hablar a través de las redes sociales o incluso hablar cara a cara, y es así por muchos motivos: es fácil, es privado, y no genera ese nerviosismo que pueden provocar las conversaciones cara a cara. Y quizás la mayor ventaja que tiene es que es inmediato. Cuando envías un mensaje de texto a alguien, esperas una respuesta al instante, ¿verdad? Si tardan unos minutos en contestar, empiezas a preguntarte: «Quizás está en la ducha», «Quizás está enojado conmigo» o «Quizás se le ha caído el celular al inodoro». Nos hemos acostumbrado tanto a las respuestas rápidas que ni se nos ocurren suficientes razones por las cuales una persona no nos contesta inmediatamente.
La manera que Dios tiene de comunicarse resulta curiosa; no tiene tanta prisa como nosotros. Si el Señor tuviera celular y le escribiéramos un SMS, seguramente nos preguntaríamos: «¿Por qué no me ha contestado? ¿Estará enojado conmigo?». No, no está enojado, y tampoco es que muestre poco interés; simplemente funciona a un ritmo diferente. Dios nunca está agitado, nunca está acelerado, nunca actúa demasiado rápido ni tampoco demasiado lento.
En la Biblia encontramos historias de personas que tuvieron que esperar para recibir una respuesta de Dios. Puede que su respuesta no sea tan inmediata como esperas. pero llegará. Si de vez en cuando dejas que el silencio irrumpa en tu vida, terminarás escuchándolo. El salmista lo experimentó y así lo expresó: «De mañana escuchas mi voz; muy temprano te expongo mi caso, y quedo esperando tu respuesta» (Salmo 5: 3).
Ponlo en práctica: ¿Qué puedes hacer para dedicar un tiempo a escuchar la voz de Dios?
Ponlo en oración: Pide a Dios ayuda para ser sensible a su voz cuando te hable.