«Vuélvete, Israel, al Señor tu Dios. ¡Tu perversidad te ha hecho caer! Piensa bien lo que le dirás, y vuélvete al Señor con este ruego: «Perdónanos nuestra perversidad, y recíbenos con benevolencia, pues queremos ofrecerte el frutó de nuestros labios»». Oseas 14: 1-2, NVI
UNA PAREJA QUE LLEVABA CINCO AÑOS de matrimonio comenzó a tener falta de comprensión el uno hacia el otro. Ninguno de los cónyuges cedía en sus deseos. Finalmente, el esposo abandonó a Margarita y ella se quedó sola, sufriendo la ruptura del matrimonio. Ellos llevaban ya algunos meses estudiando la Biblia, así que ella se aferró a Dios y comenzó a pedir que alguien la orientara en medio de su crisis.
Ese mismo día, el pastor de la iglesia recordó que habían entregado algunas Biblias a los visitantes que asistieron a una serie de conferencias, así que decidió visitar a esas personas, y así fue como llegó al hogar de Margarita. El pastor aconsejó a Margarita que se entregara a Dios y confiara plenamente en él. La comunidad de la iglesia actuó también como una red de contención en su situación. Luego de estudiar la Biblia e ir a la iglesia durante varios meses, Margarita fue bautizada y continuó orando por su esposo. Las oraciones y un cambio en su actitud, hicieron que el esposo regresara al hogar, comenzara a estudiar la Biblia y también tomara la decisión del bautismo. El matrimonio fue restaurado.
Dios escucha la oración de los desvalidos y atiende la súplica de los que no tienen esperanza. No hay nada más hermoso que confiarle todo a Jesús, esperar en él, orar insistentemente y derramar nuestros sentimientos y pensamientos en oración. Cuando le entregamos «palabras de súplica», él viene en nuestro auxilio. Elena G. de White declara: «Dios se inclina desde su trono para oír el clamor de los oprimidos. A toda oración sincera, él contesta: «Aquí estoy». Levanta al angustiado y pisoteado. En todas nuestras aflicciones, él es afligido. En cada tentación y prueba, el ángel de su presencia está cerca de nosotros para librarnos» (El Deseado de todas las gentes, cap. 37, p. 329).
Si persistimos en la oración, alcanzaremos misericordia, nos reanimará el poder de Dios y nuestra vida cambiará. Oremos, supliquemos y confiemos. Hoy será un día de victoria en Cristo.