«Mandará Jehová su misericordia y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida» (Salmos 42:8).
LA ORACIÓN sustenta la vida cristiana. Mueve el brazo de la omnipotencia, y es la llave en las manos de la fe para abrir los almacenes del cielo. Es semejante a la respiración: no podemos vivir sin ella. Es tan esencial para el crecimiento de la vida espiritual como el alimento terrenal para el bienestar físico. La oración es fuente de sabiduría, fuerza, dicha y paz. Es el medio de comunicación con el Creador.
Al orar, entregamos todos nuestros problemas en las manos de Dios. Orar aclara la visión, deshace las neblinas del camino, tranquiliza el corazón y reemplaza la ansiedad, porque se activan la fe y la confianza. «La oración y la fe son los brazos por medio de los cuales el alma se abraza del amor infinito, y se toma de la mano del poder celestial» (E. G. White, Cada día con Dios, pág. 3l6). Por medio de la oración, tenemos acceso al trono de la gracia.
La Biblia menciona una variedad increíble de oraciones. Oramos para agradecer y para suplicar. Nehemías y Santiago nos instan a hacerlo en favor del pueblo y unos por los otros. Así, orar también es interceder. Existen algunas para ocasiones solemnes, como la oración de Salomón cuando dedicó el templo (1 Reyes 8: 23-54). La Biblia menciona muchas oraciones contestadas. Jonás testificó: «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó» (Jonás 2: 2). De igual modo, el sacerdote Zacarías y su esposa Elisabeth oraron durante mucho tiempo para pedir un hijo. Recibieron respuesta: «El ángel le dijo: “Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido oída y tu mujer Elisabeth dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan”» (Lucas 1: 13).
El rey de Judá, Ezequías, recibió una respuesta impactante a sus oraciones. Senaquerib, rey de los asirios, había sitiado Jerusalén y enviado cartas en las que dudaba del poder de Dios para librar a su pueblo. Ezequías y el profeta Isaías clamaron a Dios que los librara de la mano de los asirios. La Biblia narra: «Jehová envió un ángel, el cual destruyó a todo valiente y esforzado, y a los jefes y capitanes en el campamento del rey de Asiria» (2 Crónicas 32: 21). En respuesta a la oración, un solo ángel destruyó a 185 mil asirios esa noche.
Dios contesta las oraciones que se hacen de todo corazón y con un espíritu contrito y humilde. Este día, ora con más ahínco e intensidad, y sin duda experimentarás el poder de lo alto.