«De lo profundo, Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica». Salmo 130: 1-2
LA VIDA ES TAN CORTA Y HAY TANTO QUÉ HACER que cuando sentimos que se nos escapa de las manos nos llenamos de angustia y congoja, y anhelamos recuperar la salud perdida. Mariana, una joven de dieciocho años, había enfermado gravemente. Sus padres la llevaron al hospital y los médicos le diagnosticaron leucemia. Desde ese momento, la iglesia invitó a la congregación a orar por ella mediante una cadena de oración. Además, Mariana fue ungida. Desde lo profundo de su corazón, ella clamó a Dios por salud.
Pero lo más admirable fue la fe que tuvo en su Padre celestial. Una fe tan grande, que fue capaz de sostenerla durante todas las sesiones de quimioterapia que recibió. Parecía que sus planes de terminar sus estudios universitarios habían llegado a su fin. Según los médicos, no había esperanzas. Pero su ánimo era inquebrantable. Cuando recibía visitas, salían reconfortados al ver su confianza en Dios.
Finalmente, Dios actuó. Los últimos análisis revelaron que no había rastros de la enfermedad. Mariana pudo seguir con sus estudios, y logró forjar una carrera con la que dio gloria a Dios a cada momento. Ella está convencida de que Dios escuchó su súplica y obró con poder para sanarla. Por ello, ahora glorifica el nombre de Dios con su vida. Mariana tomó al pie de la letra la invitación de Jesús: «Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre» (Mateo 7:7-8).
Estamos viviendo los momentos finales de la historia. Todavía podemos acercarnos al trono de la gracia y recibir el oportuno socorro. No tenemos que esperar a perder la salud para acercarnos a Dios y recibir sus bendiciones. Por medio de la oración, podemos cultivar una relación íntima con Dios: oremos individualmente, oremos en grupos, oremos en familia. Dios está dispuesto a derramar sus bendiciones en estos momentos culminantes de la historia. Elena G. de White afirma: «Hay ahora necesidad de mucha oración. Cristo ordena: «Orad sin cesar»; esto es, mantener la mente elevada a Dios, la fuente de todo poder y eficiencia» (La oración, p. 34). Oremos y derramemos todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo en gratitud a Dios, esperando su respuesta.