«Perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos». Hechos 1: 14
A SUS TREINTA Y CINCO AÑOS, Juan fue sentenciado a sesenta y tres años de priSión, a pesar de ser inocente. Miembros de la iglesia más cercana visitaban todos los sábados a los prisioneros. Allí encontraron a Juan. Le predicaron de Jesús y él aceptó al Salvador. La iglesia comenzó a orar por su libertad. Luego de tres meses de intensa oración, Juan quedó en libertad. Fue bautizado el sábado siguiente, y llegó a ser un miembro activo de la congregación.
Para Dios no hay nada imposible. Cuando la iglesia ora, suceden cosas maravillosas. Los pecadores se convierten al evangelio, los enfermos sanan, los problemas se resuelven, las familias se consolidan y la iglesia crece en el nombre del Señor. Podemos estar seguros de que Dios está con su iglesia cuando ora constantemente. Jesús dijo: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18: 20). Si la presencia de Jesús está en medio de nosotros, tenemos todo: seguridad, vida, salud, esperanza y sobre todo, vida eterna.
Una iglesia pequeña en China, de unos cincuenta miembros, oró durante todo un año para que Dios la reavivara y los ayudara a ganar almas para el Señor. Después de haber orado y ayunado ese año, comenzaron a visitar una comunidad cercana. El poder del Espíritu Santo actuó y preparó a los lugareños para recibir el evangelio. Ese año, llevaron a los pies de la cruz a más de cinco mil almas. La cosecha fue abundante, porque la oración fue abundante. Elena G. de White afirma: «La oración que Natanael ofreció mientras estaba debajo de la higuera, provenía de un corazón sincero, y fue oída y contestada por el Maestro. Cristo dijo de él: «iAquí está un verdadero israelita en quien no hay engaño!» (Juan 1:47). El Señor lee el corazón de cada uno y comprende sus motivos y propósitos. «La oración de los rectos es su gozo» (Proverbios 15: 8). Él no tardará en oír a aquellos que le abren su corazón, sin exaltarse a sí mismos, sino sintiendo sinceramente su gran debilidad e indignidad» (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 525).
La experiencia de la iglesia primitiva quedó registrada en el libro de los Hechos como un modelo de religiosidad. Sin duda, la vida de oración de los primeros cristianos no solamente les ayudó a tener una comunión viva con Dios, sino también a recibir el poder del Espíritu Santo para proclamar las buenas nuevas. Experimentemos el poder de la oración grupal. Oremos con nuestros hermanos en la fe. Es una experiencia inolvidable.