«Al contrario, santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros». 1 Pedro 3: 15
UN VIEJO PASTOR contaba la historia del anciano que nervioso, casi echando fuego por los ojos, advertía a un miembro de iglesia: « ¿Usted no sabe que tomar café es pecado?» Y el feligrés, con la simplicidad de las almas nobles, le respondía: « ¡Calma, hermano, porque yo bebo café pero usted se pone nervioso!».
Si percibiste el espíritu de la historia, verás cuánta razón tenía el apóstol Pedro cuando nos aconsejó que debemos estar siempre preparados para defender nuestros principios, dar razón de lo que creemos y presentar de manera clara las enseñanzas de Dios, pero haciéndolo todo con mansedumbre y reverencia.
¿Cuánto poder tiene el mensaje de que el café altera los nervios, cuando dicho mensaje viene de
los labios de un hombre incapaz de controlar su temperamento irascible?
El mayor argumento en favor del cristianismo no son ni los conceptos ni las enseñanzas cristianas, sino la vida transformada de una persona. Naturalmente, necesitamos conocer la doctrina, y debemos estar preparados para dar razón de la esperanza que hay en nosotros. Pero todo eso es hueco si no está apoyado por una vida serena y por una actitud de amor.
En los primeros años de mi ministerio Dios me usó, en una villa mísera de la capital peruana, para ayudar a libertar a una mujer de la bebida y de la promiscuidad en que vivía. Dios transformó la vida de esa pobre mujer, la liberó del vicio, arrancó de su vida el pasado de tristeza y miseria, le devolvió el marido y los hijos y la hizo completamente nueva en Cristo. Algunos años más tarde supe que había llevado a los pies de Jesús a más de treinta personas. Quedé intrigado y me pregunté cómo era que una mujer simple, que apenas sabía leer y escribir, podía llevar en un año a más de treinta personas a Jesús.
Le pregunte: «¿Cómo hizo? Quiero saber su secreto». Y ella, con la mirada mansa y la sencillez de su corazón, me respondió: «No lo se, pastor, yo solo les cuento lo que era, cómo vivía, cómo había perdido a mi familia por causa del vicio, y cómo Cristo me encontró, me transformó y me devolvió la familia. Las personas se quedan mirándome, y después van a Jesús».
Que Dios te ayude en este día, al andar y trabajar, al estudiar y vivir, a ser el mayor argumento en favor del poder transformador de Jesús.