«¡Dichosos los que tienen parte en la primera resurrección, pues pertenecen al pueblo santo! La segunda muerte no tiene ningún poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él los mil años» (Apocalipsis 20: 6).
Mientras estaba mirando las noticias hace unos meses, escuché una agradable historia de un jugador de béisbol de las Grandes Ligas que tuvo un ponche muy frustrante. No es desconocido el hecho de que muchos jugadores toman «jugos» o «suplementos nutricionales» de carácter sospechoso que los ayudan a hacer proezas a base de fuerza. Como romper un bate de béisbol sobre una rodilla.
Nunca he tratado de romper un gran palo de madera contra mi pierna, porque mi pierna vale mucho y dependo de ella para hacer cualquier función. Pero este jugador en particular le enseñó una gran lección al tonto de su bate mientras caminaba de vuelta a la caseta de los bateadores. Con miles de personas observándolo, levantó el bate en alto y lo estrelló contra la pierna. No se rompió.
Lo intentó de nuevo. Tampoco se rompió. Después del tercer intento sin que siquiera una fisura del bate se partiera, sacudió la cabeza y continuó su camino hacia la caseta, haciendo lo posible por ocultar cualquier indicio de cojera. Sin embargo, ocultar la vergüenza pública que acababa de experimentar era imposible. Me reí mucho. Luego encontré el video en YouTube y lo vi varias veces.
En este último libro de la Biblia se nos hace una grandiosa promesa de que la muerte no podrá dominar a los que siguen a Jesús y serán resucitados a una nueva vida en su Segunda Venida. No importa lo que se cruce en nuestro camino que tenga que ver con la muerte —cáncer, accidentes de automóvil o de avión, tectónicas que se estrellan y generan catastróficos terremotos, tsunamis— nuestra vida eterna no podrán arrebatárnosla. La muerte será avergonzada frente a todo el universo, cuando él enjugue toda lágrima de nuestros ojos y la vieja tierra ya no exista más.
Jesús nos promete la vida eterna, y él siempre cumple lo que promete. Espero que tomes la decisión de abrazar la vida que te ha prometido y que podamos ver juntos cómo la muerte será «eliminada del juego» para siempre.