«Abran las puertas, para que entre la nación justa que se mantiene fiel». Isaías 26: 2, NVI
EN AQUEL DÍA «conoceré tal y como soy conocidos» (l Corintios 13: 12). En aquel día padres y maestros descubrirán un uso más dulce y verdadero al amor y las misericordias que Dios ha implantado en el alma. La comunión pura con seres celestiales, la relación real y personal con los ángeles bienaventurados y los fieles de todas las épocas, el vínculo sagrado que une «toda farnilia en los cielos y en la tierra» (Efe. 3: 15), todo esto formará parte de las experiencias del más allá.
Habrá allí música y cánticos que, salvo en las visiones de Dios, ningún mortal ha oído, ni concebido ninguna mente. [. .
Se desarrollarán todas nuestras destrezas y nuestros talentos se multiplicarán. Se impulsarán los mayores proyectos, se lograrán las más elevadas aspiraciones y se harán realidad nuestros mayores anhelos. Allí se nos presentarán nuevas alturas a las cuales llegar, nuevas maravillas que admirar, nuevas verdades que conocer, nuevos objetivos que estimularán las facultades del cuerpo, la mente y el alma.
Todos los tesoros del universo estarán abiertos al estudio de los hijos de Dios. Entraremos con indescriptible deleite en el gozo y en la sabiduría de los seres no caídos. Compartiremos lo atesorado durante siglos y siglos en la contemplación de la obra de Dios. Y los años de la eternidad, a medida que transcurran, seguirán ofreciendo revelaciones más gloriosas. La espléndida generosidad de nuestro Dios siempre será «mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Efe. 3:20).
«Sus siervos lo servirán» (Apoc. 22: 3) La vida en esta tierra es el comienzo de la vida en el cielo; la educación en la tierra no es más que una iniciación en los principios del cielo; la obra de la vida aquí es una preparación para la obra de la vida allá. Lo que somos ahora en carácter y servicio santo es un reflejo vivo de lo que seremos entonces. [. . .]
En el plan de salvación hay alturas y profundidades que la eternidad misma nunca podrá agotar, maravillas que los ángeles desearían escrutar. De todos los seres creados, únicamente los redimidos han conocido por experiencia el conflicto real con el pecado; han colaborado con Cristo y, cosa que ni los ángeles podrían hacer, han participado de sus sufrimientos. ¿Acaso no tendremos algún testimonio acerca de la ciencia de la redención, algo que sea de valor para los seres no caídos?— La educación, cap. 35, pp. 275-276.