«Así podrán portarse como deben hacerlo los que son del Señor, haciendo siempre lo que a el le agrada, dando frutos de toda clase de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios». Colosenses 1:10.
En una ocasión fui como voluntario a un campamento en Terranova, Canadá. Yo era el capellán. Uno de los muchachos que estaban a mi cargo era Tim. Tim era incapaz de no hablar. Con frecuencia soltaba por su boquita cosas inapropiadas (y comiquísimas), tanto durante las comidas como a la hora del culto. Ni siquiera el director del campamento quería sentarse a su lado por miedo a reírse en el momento menos oportuno. En una ocasión fuimos a visitar un parque nacional y Tim estaba especialmente charlatán aquel día. Su consejero, Mat, y yo, estábamos diciéndole todo el tiempo que bajara los decibeles, pero él seguía corriendo por todas partes delante del grupo. A cada rato le estábamos repitiendo: «¡¡¡Cálmate!!! y él se enojó. Entonces, cada vez que le decíamos que se calmara, él decía entre dientes «ya estoy calmado». Nada nos pudo haber preparado para lo que realmente lo calmó por el resto de la tarde.
Tim estaba subido a una plataforma de madera y no se dio cuenta de que la plataforma se terminaba y que, un poco más abajo, había una barandilla. Cuando Mat y yo nos dimos cuenta, le gritamos: «i i i Tim, ten cuidado! pero era demasiado tarde. Tim se cayó, golpeándose en sus partes contra la barandilla. Pobrecito. Estaba en una posición tan dolorosa que se dio la vuelta para quedar patas arriba, colgando como un murciélago, antes de caerse de cabeza sobre el pasto. Mat y yo fuimos corriendo para ver cómo estaba. Los ojos le daban vueltas y tenía una sonrisa de tonto, pero al menos estaba vivo. Ya no había nada más que temer Bueno, eso creí yo. Tim volvió a subirse a la plataforma y, por razones incomprensibles para la mente humana, dio un brinco a un árbol tan debilucho que se dobló hacia delante. Luego, cuando el árbol volvió a recuperar su posición original, lanzó a Tim por los aires de nuevo hacia la barandilla, dejándolo prácticamente en la misma posición en la que había estado momentos antes.
Pablo nos dice que debemos portarnos corno a él le agrada y producir buenos frutos. Es fácil hacer lo que a nosotros nos gusta y no molestarnos en escuchar a nuestro consejero, el Espíritu Santo, pero los resultados no suelen ser buenos. Tómate tiempo hoy para reflexionar y pedirle a Dios que te ayude a portarte como a él le agrada.