«Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación».Mateo 5.0 4, RVC
EL LLANTO AL QUE SE ALUDE AQUÍ es la verdadera tristeza de corazón por haber pecado. A medida que alguien se siente persuadido a mirar a Jesús levantado en la cruz, percibe su propia pecaminosidad. Comprende que es el pecado lo que azotó y crucificó al Señor de la gloria. Reconoce que, aunque él fue amado con cariño indecible, su vida ha sido un espectáculo continuo de ingratitud y rebelión. Abandonó a su mejor Amigo y abusó del don más valioso del cielo. El mismo crucificó nuevamente al Hijo de Dios y traspasó otra vez su corazón sangrante y agobiado.
Lo separa de Dios un abismo ancho, negro y profundo, y llora con corazón quebrantado. Ese llanto recibirá «consolación». El Señor nos revela nuestra culpabilidad para que nos refugiemos en Cristo y para que por él seamos liberados de la esclavitud del pecado, a fin de que nos regocijemos en «la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rom. 8: 21). Con verdadero arrepentimiento y dolor de corazón, podemos llegar al pie de la cruz y depositar allí nuestras cargas. También hay en las palabras del Salvador un mensaje de consuelo para los que sufren aflicción o la pérdida de un ser querido.
Nuestras tristezas no brotan de la tierra• Dios «no se complace en afligir o entristecer a los hijos de los hombres» (Lam. 3: 33)• Cuando él permite que sufrarnos pruebas y aflicciones, es «para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad» (Heb.
12: 10). Si la recibimos con fe, la prueba que parece tan amarga y difícil de soportar resultará una bendición. El golpe cruel que empaña los gozos terrenales nos hará dirigir la vista al cielo. iCuántos son los que nunca habrían conocido a Jesús si la tristeza no los hubiera movido a buscar consuelo en él! El discurso maestro de Jesucristo, cap. 2, pp. 24-26.