«A todo sumo sacerdote se le nombra para presentar ofrendas y sacrificios, por lo cual es necesario que también tenga algo que ofrecer». Hebreos 8: 3, NVI
DESPUÉS DE SU ASCENSIÓN, nuestro Salvador iba a iniciar su obra como nuestro Sumo Sacerdote. El apóstol Pablo dice: «No entró Cristo en el santuario hecho por los hombres, figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios» (Heb. 9: 24). Como el ministerio de Cristo iba a consistir en dos grandes divisiones, ocupando cada una un período de tiempo y teniendo un sitio distinto en el santuario celestial, asimismo el culto simbólico consistía en el servicio diario y el anual, y a cada uno de ellos se dedicaba una sección del tabernáculo.
Como Cristo, después de su ascensión, compareció ante la presencia de Dios para ofrecer su sangre en beneficio de los creyentes arrepentidos, así el sacerdote rociaba en el servicio diario la sangre del sacrificio en el lugar santo en favor de los pecadores.
Aunque la sangre de Cristo habría de librar al pecador arrepentido de la condenación de la ley, no había de anular el pecado; este queda registrado en el santuario hasta la expiación final; así en el símbolo, la sangre de la víctima quitaba el pecado del arrepentido, pero quedaba en el santuario hasta el día de la expiación.
En el gran día del juicio final, los muertos han de ser juzgados «por las cosas que» están «escritas en los libros, según sus obras» (Apoc. 20: 12). Entonces en virtud de la sangre expiatoria de Cristo, los pecados de todos los que se hayan arrepentido sinceramente serán borrados de los libros celestiales. En esta forma el santuario será purificado) 0 limpiado, de los registros del pecado. En el símbolo, esta gran obra de expiación, 0 el acto de borrar los pecados, estaba representada por los servicios del día de la expiación, o sea de la purificación del santuario terrenal, la cual se realizaba en virtud de la sangre de la víctima y por la eliminación de los pecados que lo manchaban.
Así como en la expiación final los pecados de los arrepentidos han de borrarse de los registros celestiales, para no ser ya recordados, en el símbolo terrenal eran enviados al desierto y separados para siempre de la congregación.
Puesto que Satanás es el originador del pecado, el instigador directo de todos los Pecados que causaron la muerte del Hijo de Dios, la justicia exige que Satanás sufra el castigo final.— Patriarcas y profetas, cap. 30, pp. 325-326.