«Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano». I Samuel 17: 50
AQUELLA CASA había estado abandonada desde que Elvira tenía memoria. Todos en el barrio, la llamaban «La casa encantada», por su aspecto grotesco, mezcla de moho, misterio y herrumbre. Las malezas crecían en derredor, entre paredes rotas que escondían todo tipo de alimañas.
Elvira había crecido escuchando historias fantasmagóricas relacionadas con aquella vieja casona. Ya no era la niña ingenua, que creía todo lo que las personas decían, pero por algún motivo que no sabía explicar, la vieja casa misteriosa seguía infundiéndole temor. Sus temores ocultos eran más fuertes que sus convicciones. Su mente le decía una cosa, pero su cuerpo no entendía; temblaba cada vez que pasaba cerca, especialmente cuando el sol se había ocultado y las sombras bañaban el ambiente con su aire de tristeza.
Pero los temores de Elvira iban más allá. Empezó a percibir que su vida parecía una bella mariposa, con miedo de salir de su capullo. Y no era feliz.
Nadie puede serlo, cuando se vive como si se le debiera algo al mundo; como si respirar fuera inmerecido, sintiendo que todos tienen derecho a sonreír, menos uno. La joven, de sonrisa triste y ojos almendrados, sabía que en aquella casa estaban plasmados todos sus temores. Algo le decía que, si lograba entrar en aquellos escombros, sus temores serían vencidos.
Pensó en David, que con solo una honda y cinco piedrecitas derrotó al gigante Goliat, y en el nombre de Dios se desafió a sí misma.
Era una noche de cuarto creciente. La luna parecía sonreírle. Hizo una oración, y partió a enfrentar sus temores ocultos. No fue fácil, pero había entendido que la única manera de vencer los miedos es enfrentarlos. Mientras huyas de ellos, siempre te perseguirán, y jamás sabrás lo que es contemplar el nacimiento del sol quebrando el reino de la noche.
Elvira fue; y a partir de aquel día, siguió yendo. Una victoria la preparó para la otra. Y nunca más volvió a sentir miedo.
¿Cuáles son tus temores? No los niegues; negarlos es seguir escondiéndote de ellos. Enfréntalos: Dios está a tu lado. «Así venció David al filisteo con honda Y Piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano».