“No piensen ustedes como niños. Sean como niños para lo malo; pero sean adultos en su modo de pensar” (1 Cor. 14:20).
Dos ranas vivían en una laguna en la que eran muy felices. Hasta que llegó un verano tan, pero tan caliente, que el agua de la laguna se secó. Sin agua, las ranas ya no estaban felices, así que, tuvieron que buscar otro lugar donde vivir; un lugar donde hubiera agua. Decidieron ir juntas en su búsqueda, y tomaron el primer camino a la derecha. Cuando llevaban un rato de caminata, hallaron un pozo.
-¡Aquí hay mucha agua! -exclamó con alegría una de las ranas-. Creo que este es el lugar ideal para vivir. Bajemos al fondo, y quedémonos allí el resto del verano. -¡Espera! -dijo la otra rana-, ¿No ves que ese pozo es demasiado profundo? Si el agua también se seca, como se secó en la laguna, nunca podremos salir de ahí. No me parece que sea buena idea meternos en un lugar de donde luego no vamos a poder salir. No debemos tomar decisiones sin pensarlas bien antes.
Y así fue como las dos ranas continuaron viaje, hasta hallar el lugar que fuera ideal para vivir.
Ahora vamos a hablar de ti. No que seas una rana. Pero vamos a indagar un poco en cómo tomas tú las decisiones del día a día. Por ejemplo, ¿haces muchas cosas sin pensarlas antes? Sé que hay cosas que todos hacemos por rutina, como automáticamente, sin pensarlas, como por ejemplo, levantarnos somnolientos por la mañana para ir a la escuela. Nos lavamos la cara y nos ponemos la ropa casi sin pensar en lo que estamos haciendo. Pero cuando se trata de cosas importantes, ¿lo piensas un poco más?
Antes de decir o de hacer algo importante, es mejor que pensemos bien, para no herir a nadie con nuestras palabras, para no ser imprudentes y para que lo que hagamos no nos salga mal. Siempre tenemos dos opciones: ser como la rana precavida, que por su costumbre de pensar bien las cosas salvó dos vidas, o ser una rana que en cuanto ve lo que le gusta, se lanza de cabeza, y después le cuesta salir.