«Estableceré su descendencia para siempre y su trono como los días de los cielos» (Salmo 89: 29).
Cada vez que mi esposo me invita a que vayamos a nuestra pequeña granja, lo dudo, porque no tiene agua corriente ni electricidad; tenemos que abandonar las comodidades de la ciudad: teléfonos, Internet y cosas así. Sin embargo, lo cierto es que cuando acepto su invitación, nunca me arrepiento. Cuando estoy allí, solamente con la naturaleza rodeándome, puedo ver la vida desde un punto de diferente. Allí encuentro paz. Allí, el sol me calienta y me llena de vitamina D, Mis ojos descansan en las bellezas naturales, los verdes campos y las diferentes tonalidades de las flores. Me siento rejuvenecida. Tengo ganas de caminar y de hacer jardinería. Me levanto más temprano, con el canto de las aves. Respiro mejor porque el aire es más puro, y como y duermo en paz. También me dan ganas de leer, orar y meditar más a menudo. Incluso intento escribir y cantar (dos talentos que no poseo). Cuando es hora de volver a la ciudad, a menudo lo hago con tristeza, porque no quiero irme del campo; pero siempre regreso con nuevas fuerzas.
Esto también sucede cuando nos encerramos en nuestro mundo de tristeza y dolor Quizá no sintamos ganas de ir a la iglesia; sin embargo, cuando decidimos ir, iresulta una bendición! Siempre hay una canción que eleva nuestro espíritu o escuchamos un sermón que nos llena de esperanza, y volvemos a casa renovadas y preparadas para ganar las batallas de la vida.
En este mundo hay muchísimas cosas que parecen capturar nuestra atención. A veces, estas cosas que cautivan nuestro espíritu hacen que queramos quedarnos en esta tierra por un poco más de tiempo. En ocasiones, solo queremos escapar. Frecuentemente, nos involucramos tanto en las cosas de este mundo que olvidamos la belleza espiritual, el tesoro que debemos cultivar.
Todo lo que aquí se encuentra terminará; todo tendrá su final. ¿Por qué no volver nuestros ojos a Jesús ahora? Sintamos su amor por nosotras, su sacrificio en la cruz, su perdón, su carácter, sus decisiones, sus palabras, su mirada y su voz Saber que él intercede por nosotras ante nuestro Padre me da mucho ánimo. Recuerda las hermosas palabras que se encuentran en I Juan 2: l: «Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo» (N VI).
Busquemos hoy Y disfrutemos las cosas que realmente perdurarán.