«Tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio» (Mateo 6: 6).
CUENTA UNA HISTORIA QUE, en un oasis de un lejano desierto, vivía un anciano llamado Eliahu. Una tarde, Hakim, el vecino de Eliahu, encontró al anciano de rodillas, sembrando palmeras.
-¿Qué tal, vecino? -saludó Hakim.
-Muy bien -dijo también Eliahu, sin dejar su tarea.
-¿Qué hace usted aquí, pasando calor, trabajando tanto? -preguntó el joven vecino, que era un rico mercader.
-Estoy sembrando -fue la respuesta del anciano.
-¿Y qué siembra usted en este desierto? -quiso saber Hakim.
-Dátiles -le hizo saber Eliahu.
-¡Dátiles! -repitió Hakim como quien escucha la mayor estupidez. Luego añadió-: ¿Cuántos años tiene usted?
-Setenta, pero eso, ¿qué importa? -dijo Eliahu, extrañado por la pregunta.
-¿Qué importa? Pues importa, porque las palmeras de dátiles tardan muchos años en dar frutos. Difícilmente pueda usted llegar a ver el fruto de lo que está sembrando. ¿Por qué mejor no deja eso y viene conmigo a beber algo?
-Porque yo estoy comiendo hoy los dátiles que otro sembró. Lo que estoy sembrando ahora, lo disfrutarán mañana mis hijos.
-Me ha dado usted una gran lección, Eliahu -afirmó Hakim-. Déjeme que le pague esta enseñanza con unas monedas -y diciendo eso, le puso en la mano una bolsa con dinero.
-Ya ves, amigo -concluyó Eliahu-, tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar nada de esta siembra y, sin embargo, incluso antes de terminar de sembrar, ya he cosechado una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
¿Te parece que tus esfuerzos a favor de los demás no son valorados por nadie? ¿No ves los frutos de algunas cosas que haces con mucha ilusión? No te desanimes, Jesús lo ve, y muy pronto todos los frutos serán evidentes.