«La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno» (Santiago 3: 5-6).
La injusticia siempre me sorprende. Aunque no debería. Forma parte de la vida en un mundo caído. Queremos creer que la iglesia es un oasis de justicia en medio de un mundo enloquecido; algo así como un lugar de refugio. Pero a menudo, al menos en mi experiencia, la iglesia está llena de injusticias. Cuando el mundo te da una cachetada, duele; pero cuando quien te abofetea es alguien de la iglesia, el dolor es mucho más intenso.
La peor parte no es que suceda; después de todo, si el pueblo de Israel crucificó a Jesús, ¿realmente piensas que tu iglesia te tratará mejor? La peor parte es que nueve de cada diez veces perdemos la oportunidad de testificar que tales circunstancias proporcionan… porque no podemos ver más allá del dolor.
Cuando Satanás logra provocar a una persona no cristiana para que lastime a alguien, es una victoria suya; pero cuando logra provocar a un cristiano para que hiera a otro, es una doble victoria. ¿Cuántas personas conoces que dejaron la iglesia o se desilusionaron con el cristianismo porque observaron a un cristiano criticar a otro con dureza, o usar su lengua para lastimarlo?
Citando a Shakespeare, podemos decir: «Aunque sea pequeño, es feroz». Nuestras lenguas son como pequeñas espadas: cortan y lastiman indiscriminadamente, a menos que las controlemos. Pero no somos lo suficientemente fuertes como para controlarla. El levantador de pesas más musculoso no es lo suficientemente fuerte como para refrenar una lengua que habla maldad. Y, seamos sinceras, si las dejamos a su propia discreción, todas las lenguas se inclinan a la maldad, porque todos somos pecadores.
Si queremos usar nuestras lenguas de la manera en que Dios planificó que fueran usadas, debemos permitir que él las controle. De lo contrario, son propiedad de Satanás; y ya sabemos cómo las usará él. La Biblia no
s dice: «Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada, pero la lengua de los sabios es medicina» (Prov. 12: 18).
Entrega tus palabras a Dios hoy. Pronuncia solo las buenas.