“El que me obedezca vivirá tranquilo, sosegado y sin temor del mal». Proverbios. 1:33, NVI.
Hoy quiero hablarte de dos hijos del trueno: Pablo y Sergio. Los conocí en la universidad; estudiaban Arquitectura. Eran tan famosos, que todo el mundo los llamaba «pase»; nadie quería cruzarse en su camino. Masticaban chicle, y lo arrojaban después desde las ventanas a la cabeza de la gente. ¿Te imaginas eso, con la edad que tenían? Un día, en la cafetería, uno pidió una empanada de queso, pero al morderla, se dio cuenta de que era de carne. ¡Para qué queremos más! Se armó tremendo problema: gritos y más gritos, y varios días de suspensión para los dos.
Otro día, estando afuera de la universidad, Sergio se dio cuenta de que un joven le decía algo a su hermana. Sin saber siquiera qué le había dicho, los dos «pase»le cayeron a golpes. Cuando el joven les explicó que solo le había dicho que era muy bonita, le pidieron disculpas. Pablo y Sergio llegaban tarde a clase, y rogaban a los profesores que no les registraran la tardanza. No me preguntes cómo, pero… ¡lo conseguían! Una vez se celebró un evento especial en la universidad, y ellos fueron los presentadores. Todos nos preguntábamos: «¿Cómo les dieron ese privilegio, siendo tan conflictivos?».
Entre los discípulos de Jesús, hubo dos a quienes se conocía como «hijos del trueno». Ya te puedes imaginar cómo eran. Se llamaban Santiago y Juan, y eran hermanos. Puedes leer acerca de ellos en Marcos 3. Ellos querían ser los más poderosos en la Tierra Nueva. Cierta vez, dijeron a Jesús por qué no hacían descender fuego del cielo, para que consumiera a unos samaritanos que no habían querido darles alojamiento (ver Luc. 9:51-55).
A pesar de estos rasgos de carácter tan difíciles que tenían los dos hermanos, Jesús los eligió para que fueran sus discípulos, porque sabía lo que podían llegar a ser, si eran transformados por el amor de Dios.
Tal vez tú eres un hijo o una hija del trueno, y crees que no puedes cambiar, que quizás sea demasiado tarde para ti. ¡Pero no lo es! Santiago y Juan cambiaron, siendo mucho mayores que tú. jesús los transformó, al igual que puede transformarte a ti, si se lo pides. ¿Qué te parece si se lo pides ahora mismo?