«Cuando el pueblo de Israel era niño, yo lo amaba; a él, que era mi hijo, lo llamé de Egipto. Pero cuanto más lo llamaba, más se apartaba de mí. Mi pueblo ofrecía sacrificios a los dioses falsos y quemaba incienso a los ídolos». Oseas 1 1: 12.
Estábamos regresando a casa después de la mejor semana de aquel verano. Pronto empezaríamos de nuevo la universidad y nos habíamos ido a disfrutar de la última aventura a las montañas de Carolina del Norte, Lo habíamos pasado de maravilla caminando por la montaña y bajando en canoa unos rápidos increíbles. Con moretones, golpes y cientos de historias divertidas para contar, volvíamos a casa riéndonos y reviviendo una y otra vez aquella aventura. No había manera de que pudiéramos saber lo que estaba sucediendo en casa.
En cuanto parqueamos, mi madre salió a recibirnos con una expresión en la cara que nunca antes le había visto. Con lágrimas rodando por sus mejillas, me dijo: «El abuelo murió, lo encontraron esta mañana muerto en el granero». En un segundo olvidé por completo el viaje, la universidad y todo lo demás. El caso del pueblo de Israel fue diferente, porque ellos sí sabían Io que les espera ba . Hacía tiempo se les había advertido de que una tragedia iba a sucederles.
El profeta Oseas se levantó durante el tiempo de prosperidad y riqueza para advertir a la nación de que en pocos años iban a ser brutalmente conquistados por los asirios, que se los llevarían como esclavos. Los asirios eran famosos por su falta de misericordia. Conquistaban a las naciones sin compasión, y a los supervivientes los atravesaban en estacas y los dejaban para que murieran a la intemperie. Todo esto se Io había advertido Oseas a su pueblo, pero ellos se burlaron de él; le dijeron que era un ave de mal agüero y simplemente no le hicieron caso.
El pobre Oseas vivió para ver el comienzo del fin. El último buen rey de Israel fue Jeroboam ll, que murió y dejó en el trono a un sucesor muy débil, que fue asesinado, dando paso así a una sucesión de cinco reyes débiles. Todos ellos murieron asesinados. El libro de Oseas finaliza con una advertencia para que, el que tenga inteligencia, escuche lo que él tiene que decir y se vuelva a Dios.
A veces nosotros también vivimos así nuestras vidas: cuando nos va bien, nos parece imposible creer que algo malo vaya a pasar, y dejamos de sentir nuestra necesidad de Dios. No caigas en esa trampa. Tanto en los buenos tiempos como los malos, vive cerca de Dios.