«Dios habrá de pedirnos cuentas de todos nuestros actos, sean buenos o malos, y aunque los hayamos hecho en secreto» Eclesiastés 12: 14.
HIRAM BINGHAM III tenía una meta en su vida: hallar las ruinas de «la ciudad perdida de los incas». Este joven estadounidense, que era profesor universitario y un expedicionario aventurero por vocación, conocía de la existencia del Machu Picchu, en Perú, pero nadie había logrado descubrir dónde se encontraba ese lugar. O al menos, eso creía él.
Hiram escaló montañas, gastó grandes sumas de dinero, dirigió dos expediciones que no obtuvieron resultados, se obsesionó con el tema y, finalmente, llegó al Machu Picchu, en la zona selvática de Cuzco.
Creyendo que había sido el primero en llegar, fue toda una sensación su descubrimiento, pero con el tiempo él mismo tuvo que admitir que había sido un cusqueño llamado Agustín Lizárraga quien había descubierto primero esa joya de la arqueología.
Hoy no parece nada del otro mundo ver el Machu Picchu, al fin y al cabo está ahí, desde cualquier avión podemos observarlo, o si subimos a él se ven claritos sus muros y sus construcciones.
Pero hace más de un siglo, cuando fue descubierto, no había aviones ni helicópteros, la vegetación se había apoderado del lugar tapándolo todo, y subir a aquellas alturas podía costarte la vida, por eso poca gente lo hacía.
La hazaña de Hiram Bingham, aunque no fuera el primero, sirvió de inspiración a los guionistas de Indiana Jones. Si te fijas, estas películas también hablan de un profesor universitario que recorre el mundo en busca de hallazgos arqueológicos.
Hay personas que dedican su vida a la búsqueda de cosas escondidas. Y hay personas que, en su vida, hacen muchas cosas «a escondidas».
Ciertamente existen cosas que pueden quedar ocultas a la vista de los demás, pero no existe nada que quede oculto para Jesús. Como dice la Biblia: «NO hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro» (Lucas 8: 17). Por eso, lo mejor es ser transparentes, vivir de tal manera, tanto cuando estamos solos como cuando estamos con gente, que no nos avergoncemos de nosotros mise mos. En el día de hoy, recuerda que no hay nada que puedas esconder de Jesús.