«El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor» (Romanos 13:10).
Una tía mía me presentó en una ocasión a Juan Pablo y a su madre adoptiva. Juan Pablo es un jovencito que nació sin manos y sin pies. No tiene legua y su barbilla es anormalmente pequeña. Es difícil entenderle cuando habla, un problema de deglución ha detenido su desarrollo físico. Por todas estas discapacidades, los niños de la escuela se burlaban de él. La situación llevó a los directivos de la escuela a expulsar a Juan Pablo. Su madre buscó otra escuela que se acomodara a las necesidades especiales de su hijo, pero el trato cruel persistió en las demás escuelas también. Finalmente, la madre lo inscribió en una escuela cristiana. Allí, Juan Pablo progresó académica, social y espiritualmente. Se confftió en un modelo de comportamiento tal que, en marzo de 2013, se le concedió una medalla durante su graduación de primaria por ser el estudiante con mejor comportamiento y mayores logros del año.
Su madre, además de participar en las actividades de la iglesia, ha preparado a Juan Pablo para llevar a otras personas a los pies de Jesús. Madre e hijo trabajan duro para dar gloria al Señor. Cada vez que un evangelista dirige una campaña en la ciudad de Palayán, Nueva Écija, Filipinas, ellos forman parte del equipo. Lo que llama la atención de la gente respecto a Juan Pablo es, en primer lugar, su apariencia física, pero después, sorprendentemente, ¡la manera en que toca el órgano! Los asistentes a las campañas se quedan perplejos cuando ven que alguien con sus deficiencias físicas pueda ser tan alegre y útil. Es uno de los miembros más sociables del equipo de campañas, animando a las personas que vuelven a las reuniones a aprender más acerca de Dios y de la Biblia. Desde que Juan Pablo forma parte del equipo, más de quinientas personas se han bautizado.
Aunque muchos hemos nacido con manos, pies y lengua, aún tenemos «discapacidades», quizás no físicas, pero sí emocionales o espirituales. Tal vez, como Juan Pablo, hayas vivido situaciones dolorosas. Sin embargo, no importa cuáles sean nuestras discapacidades, Dios puede redimirlas, así como lo ha hecho con él, Para el avance de su reino. Nunca pienses que no tienes nada que ofrecer. Recuerda que D’
los puede dar vida incluso a huesos secos (ver Eze. 37: 4).