«Deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano» (Mateo 5:24).
Los hermanos vivían en fincas vecinas, separadas apenas por un pequeño arroyo. Un día, los dos hermanos se enfadaron muchísimo el uno con el otro, por un problemita que tuvieron, y dejaron de hablarse. La paz y la armonía que habían disfrutado durante años se esfumaron por completo. Lo que había empezado con un malentendido, había derivado en un intercambio de palabras ásperas, y ninguno quiso perdonar al otro.
Una mañana, el hermano mayor oyó que llamaban a su puerta. Era un carpintero. -Estoy buscando trabajo -dijo el carpintero-. Quizás usted tenga algo para darme…
-Sí -le contestó el hombre-, ¿Ve esa finca del otro lado del arroyo? Es de mi hermano menor. Estamos peleados, así que, quiero que me haga una cerca bien alta, para que no tenga que ver más a mi hermano.
-No se preocupe por nada -indicó el carpintero- Haré un trabajo que lo dejará satisfecho.
Y dicho esto, puso manos a la obra. Ya anochecía, cuando terminó. Pero no había ninguna cerca, sino un puente que unía las dos orillas del arroyo. El hermano mayor se enfureció:
-¡Cómo se ha atrevido usted! Le dije que construyera una cerca, no un puente. Ahora…
No pudo continuar hablando porque, a la distancia, se acercaba la silueta del hermano menor, corriendo con los brazos abiertos para reconciliarse con él. En medio del puente se abrazaron, llorando, y volvieron a ser amigos.
Jesús, el Carpintero divino, es quien hace posible que te reconcilies con quienes estás peleado. Por eso, si estás enojado con alguien por alguna tontería o malentendido que haya habido entre los dos, tiéndele hoy un puente. Sé diferente, sé especial; sé cariñoso; sé cristiano. Cuando tendemos puentes, los demás enseguida se apresuran a cruzarlos, para acercarse a nosotros. El amor, la amistad y el perdón son tan atractivos que la gente acude corriendo a quien tiene estas virtudes. Si tiendes puentes, nunca te faltarán amigos.